El coordinador de informativos de la Cadena de Ondas
Populares Españolas (COPE), Ángel Expósito, manifestó que, en el marco de la
crisis que también afecta al periodismo, lo único bueno es que éste ya no puede
vivir de la Administración. Añadió que, “con las empresas también ahogadas, es
difícil para los periodistas cumplir con la ética y la calidad necesarias”.
Pone
Expósito el dedo en una de las llagas que, pese a todo, aún supuran pero que
han sido determinantes para entender uno de los males de la órbita mediática,
especialmente la más cercana. Fueron decenas los proyectos y las empresas de
comunicación nacidos al calor del soporte de la administración pública y que
durante años crecieron o sobrevivieron con sus periódicas aportaciones que
sirvieron para sufragar espacios y hasta producciones de distinta naturaleza.
Eran los
años de vacas gordas en los que se terminó concediendo más importancia a las
habilidades para captar recursos económico-financieros que las dedicadas a
consolidar un producto de contenidos serios y con proyección del propio medio.
Claro que en las habilidades entraban las relaciones amistosas y puede que de
algún otro signo. Como cierto es que algunos terminaron abusando de la confianza,
no sólo para exprimir el pomo del que en buena medida dependían sino
pervirtiendo el mismo sistema hasta degenerar en una suerte de chantaje: si no
me das publicidad, prepárate para una línea de hostilidad manifiesta. Lo peor
era ceder: las consecuencias eran inimaginables. Y casi siempre, negativas para
quienes tenían responsabilidad institucional o administrativa. El problema para
éstos se agravó, en efecto, a la hora de distribuir las cantidades previstas y
de afrontar campañas de comunicación. Más
demanda, más presión, menos recursos: difícil papeleta, ciertamente.
El caso es
que, entre limitaciones normativas, limitación progresiva de recursos y
actuación fiscalizadora cada vez más potente, las partidas publicitarias fueron
mermando. Y de qué manera. Puede que aún hoy, principalmente en épocas
preelectorales, se den situaciones delicadas, no sólo porque hay que orillar la
legalidad sino porque se elevan los grados de compromiso en la relación
amistosa -llamémosla así- que caracteriza a las partes. Muchas empresas y
muchos medios cerraron por inviables. Sólo aquellos cuyos responsables fueron
capaces de abrir otras puertas e incursionar en otras fuentes de ingresos han
logrado sobrevivir.
De ahí que
la manifestación de Ángel Expósito entrañe un importante valor: “El periodismo
ya no puede vivir de la Administración”. Ahora mismo es impensable y es bueno
que así suceda, por seguir el mismo adjetivo que el periodista emplea.
Expósito, que ya advirtió, siendo director de ABC, del cambio que se operaba en el proceso informativo cuando
brotó Wikileaks mientras distinguía
entre los medios serios y los que no lo eran tanto, observa el lado positivo de
esta neonata situación de independencia, aun cuando reconozca implícitamente
que eso puede condicionar premisas de calidad profesional y rigor periodístico.
Pero está
claro que supeditarse a las regalías de la Administración pública ni era
saludable ni iba a durar toda la vida, de modo que el periodismo tendrá que
subsistir desde ese punto de vista sin ciertas ataduras.
He ahí lo
positivo que concluye Expósito.
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