No se sabe qué resulta peor, si afrontar la gobernabilidad
del municipio sin un programa alternativo que corrigiera el supuesto
descabalado mal rumbo que habían encarado; o haber dado pie, con una infeliz e
inapropiada declaración pública, a un episodio grotesco que, pese a todos los
matices y a la palpable voluntad de recular, pone de relieve desde la
superficialidad dialéctica hasta la impericia política.
Ha ocurrido
en San Juan de la Rambla, una muesca más en el pastizal de las instituciones
canarias, desde que José Carlos Mauricio, allá por 1991, colocara la primera en
el Cabildo de Gran Canaria para desbancar a Carmelo Artiles y sembrar no solo
las raíces del nacionalismo insularista sino la inestabilidad en los poderes
públicos locales de Canarias. En el pueblo norteño, en efecto, una alianza
entre PSOE y PP acabó en las elecciones de 2011 con la supremacía de
veinticinco años de la Agrupación Independiente de San Juan de la Rambla (AIS),
cercana o integrada a su manera en Coalición canaria (CC). Pero la entente se
fracturó, pese a que quienes la sostenían parecían haber reconducido las formas
y el fondo de la gobernabilidad de un municipio correspondiendo así a los
deseos de cambio político expresado por los rambleros en las urnas.
Y otra vez
la censura para instrumentalizar el nuevo cambio. Nada que objetar a su
utilización legítima y legal. Pero cuestionable hasta interpretar que se trata
de una autocensura: el alcalde entrante formó parte del gobierno anterior. No
quiso, no supo o no pudo dirimir las teóricas discrepancias en donde tenía que
hacerlo, en el seno del grupo gobernante, y prefirió, seguramente escuchando
todos los cantos, además de los de sirena, optar por la ruptura para calzarse
la alcaldía con sus doscientos diecisiete votos, los que propiciaron su acceso
al consistorio como único representante de su formación política. Para que se
compruebe, por enésima vez, la importancia de un sufragio.
Poco o nada
se sabe de un programa de mínimos para gobernar, de otro modo, San Juan de la
Rambla, teniendo de aliados, precisamente, a quienes al principio del mandato
eran adversarios irreconciliables, por emplear una expresión benevolente. Pero
eso, como en otros sitios, parece importar poco: se trata de tocar poder -en
este caso, desde lo más alto- y ya seguirá saliendo el sol. De ahí, la duda del
principio, agravada por una arrebatadora confesión, acaso dicha ante las
cámaras creyendo que no iba a trascender pero que resulta acreedora de acciones
judiciales y de inevitables puntualizaciones para arreglar el desaguisado.
El estreno
del nuevo alcalde, desde luego, no ha podido ser más infortunado. Mientras, los
vecinos, muchos de ellos, seguro que estarán preguntándose qué han hecho para
merecer esta suerte.
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