Era una moción-trampa, seguro, pero es
llamativo que no se dieran cuenta el alcalde y la mayoría gobernante del
Partido Popular (PP) en el Ayuntamiento de Málaga, cuando la representación de
Izquierda Unida (IU) la elevó al pleno, por la vía de urgencia. La iniciativa
consistía en proponer al gobierno local el cumplimiento de nueve puntos
extraídos del programa electoral con el que los conservadores ganaron en la
ciudad andaluza. Fue rechazada en su totalidad. Una de dos: o la holgada
mayoría que permite rechazar sistemáticamente las mociones de otros grupos fue
accionada mecánicamente o el Grupo Municipal Popular desconocía íntegramente el
contenido de ese programa. Un poco, o un mucho de ambas opciones hizo saltar la
evidencia, de tal modo que el gracejo andaluz de inmediato puso en circulación
la interpretación de lo ocurrido parafraseando al mismísimo David Bisbal:
“Burrerías, burrerías…”.
Ni
siquiera tuvieron a mano los populares malagueños aquella célebre frase
atribuida a quien fuera alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván: “Los
programas están para ser incumplidos”. De haber memorizado siquiera algunos
aspectos del suyo -y miren que son diecinueve ediles-, más las consabidas
justificaciones derivadas de la crisis, hubieran esgrimido la afirmación del
viejo profesor y hubieran escapado del trance. Pero no: se vieron sorprendidos,
tragaron y ahora cargan con la penitencia: votaron en contra de sus propios
postulados. En el fondo, resulta poco perdonable la postura popular. Ni
siquiera sus argumentos empleados para rechazar, estos son, algunas cosas ya
están en marcha y otras no se pueden afrontar por limitaciones presupuestarias,
son muy asumibles que digamos.
Vivir
para ver. El hecho, con todo el sabor anecdótico que se quiera, forma ya parte
de la intrahistoria del municipalismo español y pone de relieve que en
política, donde parece más que agotada la capacidad de asombro, aún queda
margen para la sorpresa. Y para el estupor.
Ojalá
sirva de precedente lo ocurrido, pese a la carga de cierta frivolidad que es
atribuida a los promotores. Ojalá obligue a los alcaldes, portavoces de grupos
y concejales delegados a tener el programa electoral propio en su mesa para
que, cuando menos, estén seguros de la decisión que han de adoptar o tengan que
defender la paternidad de una idea plasmada. Para que sean conscientes de que
las tareas de control y fiscalización son importantes y que, a poco que haya
destreza en la oposición, pueden poner en evidencia incumplimientos o desvíos.
Y sobre todo, para que los ciudadanos comprueben que los responsables de los
recursos públicos que han de administrar no dan gato por liebre.
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