Si, como se señala en diversas fuentes, la cooperación entre
los sectores público y privado en materia de promoción turística se reconduce
con una filosofía más pragmática y cortoplacista, el primer objetivo es salvar
lo que se pueda de los consorcios canarios de rehabilitación turística -uno de
ellos, el del Puerto de la Cruz- enmarcados en aquella estrategia, Turismo 2020, orientada a la
reconversión integral de los destinos maduros. A duras penas han ido timoneando
las gerencias las dificultades y las incomprensiones con que han topado, de
modo que si ahora hay un cambio de rumbo, es cuestión de estar muy alerta para
que no se pierda el trabajo realizado, sobre todo el más sustantivo desde el
ángulo de la proyección y la planificación, como es el caso del consorcio
portuense que requiere, desde luego, mayor identificación y más impulso por
parte de los responsables políticos locales.
Que no se
sientan tentados, pues, por ese giro, por esa nueva visión del necesario
entendimiento entre administración pública e iniciativa privada que parece
partir de la urgencia en la obtención de resultados visibles. Y si es con
reducidos desembolsos, mejor. Los consorcios, pese a las dificultades que
siempre derivan de la suma de voluntades, máxime cuando éstas pueden tener
distinto color político, eran una solución, al menos sobre el papel. En algún
caso -volvemos al portuense- eran la última oportunidad, el último tren al que
subirse para no perder la estela de la competitividad. Tardó en entenderlo el
tradicionalmente pasivo sector privado local pero la impresión que dejan
algunos índices de participación y respaldo, obtenidos al cabo de varias
convocatorias, era alentadora y positiva. Si eso ahora se quiebra…
Porque lo
cierto es que hay nuevos rumbos en el contexto de la colaboración
público-privada, justificados, según dicen, por la escasa capacidad de recursos
de inversión que tienen las administraciones sobre las que recayó, sin ir más
lejos, por ejemplo, la promoción de la marca del destino. Verdad que algunas
fórmulas experimentadas no fueron del todo felices -de pronto, todo el mundo se
puso a parir ideas, a cual más brillante, y si no se aceptaba la suya, la
campaña era un caos- pero el apoyo financiero del sector público favoreció el
mantenimiento de cuotas de mercado y el intento de conquista de otros.
Ahora, en el
desarrollo del Plan Nacional Integral de Turismo, aprobado el pasado año, se
quiere que el trabajo conjunto de organismos públicos y operadores privados se
centre en la consolidación de esa marca y en la creación de productos que sean
fácilmente comercializables. Y como tiene que haber gente para tanta cama, es
indispensable que esa cooperación se plasme también una mejora de la
conectividad aérea que es tanto como decir que hay que captar nuevas rutas y
convencer a las compañías de que incluyan el destino en su programación.
Que esta
filosofía, válida para poner en valor la oferta, de acuerdo, no anule otras
actuaciones ‘consorciadas’ en marcha. De eso se trata.
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