Pues son cien años. Y un
centenario no puede pasar inadvertido. De modo que habrá que agradecer la
iniciativa de Daniel Kelher y Nasser El Mahdi que, con muy pocos medios y en un
tiempo récord, han sido capaces de alumbrar una modesta pero llamativa
exposición sobre la evolución de la aviación en la isla, a partir,
precisamente, de aquel vuelo protagonizado por el francés Maurice Poumet
pilotando El Borel, un monoplano
biplaza con hélice impulsora, de 12,20 metros de superficie alar y un motor
rotativo de 80 C.V.
La exposición, que puede contemplarse en la Casa de la
Juventud, es una apretada historia de la aviación, desde sus inicios. Con la
aportación de las mujeres, con hitos, hazañas, héroes y protagonistas. Hasta
llegar a la construcción del aeropuerto Tenerife-Norte Los Rodeos, tal como hoy
se le conoce. El Aeroclub de Tenerife ha cedido para la ocasión unas
extraordinarias fotografías que, junto a otros cuadros, objetos y maquetas nos
permiten trazar la hoja de ruta de la aviación más cercana. “Sin aviones, no
hay turismo”, enfatizó uno de los promotores para condensar la decisiva
importancia que ha tenido en el primer sector productivo de nuestra economía.
Pues son cien años, en efecto, de aquel primer vuelo de
Poumet, ponderado en la interesantísima presentación de Melchor Hernández
Castilla que alumbró aspectos históricos de aquel acontecimiento que se plasma
después de unos vuelos –digamos de ensayo, aunque en aquella época todo tenía
mucho de experimentación- operados durante los meses de abril y mayo de 1913 en
Gran Canaria y Tenerife.
Relata Hernández Castilla que aquellos vuelos produjeron tal
entusiasmo que el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, bajo la presidencia de
Marcos Baeza Carrillo y la secretaría de Nicolás Redecilla, decide celebrar un
festival durante las fiestas que entonces se hacían en honor al Gran Poder de
Dios exclusivamente. La colaboración del presidente de la comisión de fiestas,
Antonio Pérez Hernández, y de los comerciantes Antonio Topham y Aurelio López,
fue decisiva.
Para el evento fue construida una pista entre el cauce del
barranco San Felipe y la trasera del cementerio católico de San Carlos. Es
fácil imaginarlo: aquél fue todo un acontecimiento. Fueron construidos unos
graderíos: todo el pueblo y gente de localidades limítrofes estaban allí. Las
bandas de música de La Orotava e Icod de los Vinos acompañaron. Los
espectadores no salían de su asombro: el vuelo del primer día duró unos ocho
minutos y el segundo, veinte. Se calcula que el monoplano pudo elevarse unos
quinientos metros. Un apunte de las informaciones que se tienen de aquel
adelanto aéreo revolucionario lo aporta el jefe del Observatorio de la Cañada
de la Grieta, señor Loma, asistente a la exhibición: hay que prender una
hoguera con leña húmeda para que por el humo pudiera saber el piloto Maurice
Poumet la dirección del viento en la toma de tierra.
El propio Melchor Hernández señaló que un año después, en
1914, otro francés, Lucien Dermasel, sobrevoló nuevamente el valle de La
Orotava, partiendo de la explanada junto al portuense barranco San Felipe. Al
concluir la prueba, el piloto es informado de la situación en su país, a punto
de entrar en guerra con Alemania, y decide marcharse a toda prisa de la isla.
Abandonó el avión que había pilotado. Según el presentador, el motor se
conservaba en el museo de automóviles antiguos de la empresa radicada en la
ciudad, Hernández Hermanos.
Su reivindicación final,
renovadora de la que ya formulara Melecio Hernández Pérez en 1988 y apoyada por
los promotores de esta exposición en cuyo montaje colaboró decisivamente el
equipo municipal de juventud, es que con motivo del primer centenario de este
vuelo, en la próxima edición de las Fiestas de Julio sea erigido un monolito en
las proximidades de la explanada habilitada entonces y que, con la adecuada
inscripción, perpetúe el acontecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario