Mientras medio país no ve la hora de abrir los paréntesis
vacacionales y el otro medio soporta con estoica resignación la duda de si
Rajoy comparece o no en el Parlamento -no quedan tan lejos los tiempos en que
quienes ahora se muestran reticentes, entonces decían que el felipismo tenía
secuestrado el Parlamento- van pasando inadvertidas informaciones que, de
verdad, ponen los pelos como escarpias de no adaptarse medidas correctoras,
pensando sobre todo en el futuro que hay que ganar a base de competitividad; y
sobre todo, porque hacen que vuelva a ennegrecerse el túnel cuando, en un
derroche de optimismo, algunos ya veían la luz. Será porque han subido las
tarifas, por cierto. No porque problemas apremiantes hayan encontrado solución.
Es el caso
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en el que más de
cien directores de centros han señalado, con rotundidad, que las restricciones
en investigación determinan que no se llegue a fin de año. Ya el presidente del
Consejo, Emilio Lora-Tamayo, alertó sobre la delicada situación del organismo
que sufrió sus primeros achaques con el gobierno anterior. El actual parece
haberlo colocado en el peor y más desesperado de los escenarios, tal es así que
o aparecen cien millones de euros de financiación pública o el colapso será
incontenible hasta el punto de que se producirá el cierre físico de las
instalaciones del Consejo. Los directores han sido radicales y han dirigido una
comunicación a la secretaria de Estado de Ciencia, Carmen Vela, en la que
advierten que ya no se puede más: o llegan urgentemente las transferencias para
los programas de investigación más desarrollo más innovación o la situación
será irreversible.
Y esta es la
realidad de algo tan serio como el ámbito científico. Mientras prosigue el
alarde millonario de los fichajes balompédicos. No bastaron las voces de alerta
de especialistas -algún premio Nobel incluido- ni de la Comisión Europea ni aquellas
imágenes de hace unos meses cuando algunos profesores universitarios decidieron
impartir clases al aire libre en plazas y puntos de Madrid, antecedentes de
este llamamiento desesperado de los investigadores y científicos españoles que
vislumbran lo peor. Porque esos cien millones servirán para abonar deudas y
obligaciones apremiantes. Después, de persistir las actuales circunstancias,
sabe Dios lo que pasará.
Es decisivo
lo que está en juego. El CSIC registra el 19% de la producción científica
total. Y aquí no podrá hablarse de cambio de modelo productivo ni de otros
planteamientos sobre desarrollo y avances en campos del saber mientras
prevalezcan estas circunstancias tan limitativas. Es curioso: cuando en otros
territorios se habla de nuevas tendencias para crecer, cambiando, de paso, la
estrategia científica, aquí se dependa de la sensibilidad de un Gobierno que
ponga sobre la mesa cien millones de euros para pagar liquidar deudas.
Vaya
porvenir.
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