Las vueltas de tuerca que hacen cada vez más insostenible la
situación del Partido Popular (PP) -solo esta formación política la resistiría
en un país de las características de España- hacen que esté pasando inadvertida
la posición fijada por el PSOE para lograr un nuevo modelo territorial. Lástima
porque es una aportación interesante en el devenir político, condicionado por
la crisis. Los ciudadanos esperan de las organizaciones políticas respuestas
serias, sólidas, alternativas a concepciones que van quedando desfasadas, a
estructuras que han ganado en obsolescencia después de valiosos servicios y a
demandas surgidas de las propias exigencias sociales. En ese sentido, los
socialistas han dado un paso pensando en los intereses generales, en una nueva
hora para el país y también para el propio partido al que se pide, tras su
historia centenaria y tras las experiencias acumuladas en los años de gobierno,
que esté a la altura de las circunstancias y de las nuevas demandas, sobre todo
cuando tanto desafecto hay hacia la política, cuando tanto desencanto y tanto
recelos se van amontonando. El examen de las consultas demoscópicas, en efecto,
tiene que haber alertado a sus dirigentes.
Esa posición del PSOE se condensa en la propuesta de un
Estado más eficaz, más democrático y más integrador. Más que una respuesta a
las reformas ideologizadas del PP, lo es al neoliberalismo y a la fiebre
privatizadora de sus políticas. La sociedad demanda al socialismo una
diferenciación, también en época de crisis y en fase de oposición: en la
reunión del Consejo Territorial ha encontrado una opción de reforma
constitucional que habrá de incluir el denominado principio de igualdad de todos los ciudadanos a las prestaciones
sociales básicas (educación, sanidad y derechos sociales) así como el
reconocimiento explícito de dos nuevos derechos: la protección social y el
derecho a la salud.
Este marcado acento social de la propuesta socialista precisa
de garantías para su aplicación y ésta se contrasta con el establecimiento de
un principio de estabilidad social del gasto público que asegure un nivel
mínimo de prestaciones públicas y la creación de un Fondo de Garantía del
Estado de bienestar para tiempos de crisis.
EL PSOE, ya era hora, toma la iniciativa y ahora habrá de promover
un arduo proceso de negociación para intentar alcanzar un nuevo modelo
territorial. Frente a las tentaciones rupturistas y a los afanes de
recentralización, y ante sus propios problemas internos, lanza un guante que
viene a ser una señal de vitalidad en plena desazón política. Más Estado, más
derechos, un nuevo modelo de financiación autonómica, transparencia informativa
y administrativa y el reconocimiento de los hechos diferenciales son, entre
otros, los objetivos a los que se encamina esta propuesta que sirve para
empezar a creer, con fundamento, que hay vida política más allá de la cotidiana
corrupción.
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