Cuando leemos en titulares que “el gran periodismo ha sido
expulsado de los medios de comunicación” no se puede por menos que experimentar
un cierto escalofrío, una desazón inquietante en medio de la crisis que se
arrastra desde hace algún tiempo y que ha significado, entre otras cosas, el
cierre de cabeceras, la supresión de programas y títulos, la quiebra de
trayectorias profesionales sobresalientes y, en definitiva, dicho de modo
llano, la pérdida de empleo para tantos compañeros valiosos que vieron truncada
tanto su estabilidad laboral y vital como sus expectativas.
Lo ha dicho
Ramón Lobo, ganador de una edición del Premio de periodismo ‘Cirilo Rodríguez’
y especialista en conflictos internacionales cuya firma ha aparecido en
numerosos medios del país. Las circunstancias lo condicionan todo. Y por
faltar, hasta tiempo. Ello repercute en la pérdida de la capacidad de análisis
y de investigación. ¿Dónde fue a parar aquel periodismo de investigación, tan
en boga hace apenas un par de décadas? Alguien dirá que sí interesa pero no se
puede tener un redactor ocupado en determinadas tareas cuando apremia el cierre
y todas las manos son pocas para concluir la edición.
En efecto, es
como si las empresas editoras no quisieran complicarse la vida, como si los
periódicos tratasen de cerrar las páginas cuanto antes sin importar demasiado
el contenido, el producto final. Ha ido labrándose entonces un periodismo
adocenado, muy doméstico, en el que falta audacia y en el que, salvo contadas
excepciones, predomina la monotonía. De ello también tienen culpa los
profesionales, cuya estabilidad y cuya capacidad de superación se ven muy
supeditadas a los factores derivados de la crisis. El propio Ramón Lobo habla,
en su queja, de periodistas de cortar y pegar.
Por lo
tanto, hay que hacer todo un esfuerzo para recobrar la ilusión, para hacer un
periodismo más fresco que responda a las exigencias de una sociedad sacudida
por la saturación de informaciones sobre corrupción política o por sucesos de
crueldad infinita o por inacabables conflictos sociales o por negociaciones de
instancias y foros que se resumen en un tanto vales, tanto pesas. Lobo, autor
de dos títulos interesantísimos en los que contrasta su propia experiencia
sobre procelosos y bélicos terrenos, El
héroe inexistente e Isla África, anima
a recuperar la ilusión. Y para ello, recomienda volver a salir a la calle como
método de trabajo con el que los ciudadanos y los lectores vuelvan a confiar en
las informaciones que se elaboren en el escenario de los hechos.
Porque ya
sea el género (reportaje) particularmente, o el periodismo como ejercicio
profesional, a los que se alude como expulsados del universo mediático, produce
desasosiego que en la sociedad de la comunicación, y más concretamente en
nuestro país, se tenga una impresión tan negativa de cómo están evolucionando
las cosas. No depende solo y exclusivamente de los periodistas pero éstos
tienen que revolverse y estimular el magín -sobre todo, a la hora de relacionarse
con la gente o con los actores sociales- para ofrecer contenidos y tratamientos
que, en sí mismos, sean un reclamo.
Es que si
no, la tarjeta roja acarrea una sanción preocupante de descrédito y
marginación.
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