Solemos recurrir a la expresión ‘el día después’ para apelar
a la reflexión o a la previsión de las consecuencias que sucedan a cualquier
toma de decisión, mejor dicho, de aquélla que entrañe un significado especial o
implique una trascendencia fuera de lo común. Ahí lo pedimos prestado a
Nicholas Meyer, el director de la célebre película así titulada “El día
después”, ese en el que no se suele reparar, simplemente para llamar la
atención de cuantos participan en una determinación o un resultado y va a haber
unas repercusiones colectivas que influirán de forma directa en la organización
y el ámbito en que se desenvuelve.
El
socialismo español se apresta para otra jornada (el próximo domingo) de tales
características: la convocatoria para elegir, en modo de primarias abiertas o internas, los
candidatos que han de representarlo en los comicios autonómicos y locales de la
próxima primavera. Si importante es esa fecha para candidatos que han sido
proclamados, lo es también para militantes y simpatizantes y para toda la
organización a la que nadie podrá negar, desde luego, la voluntad de dar pasos
para incentivar los cauces de participación y conectar mejor con la sociedad
que, por múltiples razones de amplio análisis, se ha ido alejando.
Pero no
basta con decir que ha sido un avance considerable, que se han democratizado
algunos métodos o que las demás organizaciones políticas tendrán que inventarse
dispositivos similares si es que no quieren ser acusadas de anticuadas, poco
transparentes o escasamente democráticas: el PSOE tendrá que desmenuzar los
pormenores del funcionamiento de este sistema con el fin de perfeccionarlo. Ya
son conscientes sus dirigentes de que los vientos soplan en contra, de que la
política no es actividad que atraiga -aunque viendo algunas luchas y algunos
episodios, hay que relativizar esa apreciación- y de que, tal como evolucionan
las exigencias de la vida pública, es indispensable estimular la formación de
los militantes y el apego a la política si es que de verdad se quiere fomentar
la participación activa en procesos de esta naturaleza.
Por lo
tanto, lo que importa de verdad es el próximo lunes, no solo para hacer
recuento y repasar actuaciones sino para contrastar los efectos de la
movilización del partido y hasta dónde han llegado los niveles de incorporación
de los simpatizantes. Vienen luego unos meses en que hay que completar el
proceso y compatibilizar las tareas orgánicas con las institucionales. Y
preocupa también el día después qué van a hacer los derrotados y sus
seguidores: conocemos bien algunos casos de reacciones intempestivas, de
resquebrajamiento y de ruindades posteriores en cualesquiera forma de
desentendimiento y de críticas malsanas en foros inapropiados extendiendo un
reguero de descontento que revierte sobre muchísima gente.
En eso es en
lo que deben afanarse los candidatos: en aleccionar a sus seguidores de modo
que, ocurra lo que ocurra, al día siguiente estén en plena predisposición de
respaldar al ganador. Será entonces cuando cobren vigencia conceptos como el compromiso
y la responsabilidad, demostrables con hechos, siquiera refugiándose en labores
domésticas como ensobrar candidaturas, intervenir en redes sociales o asistir a
algún acto público.
¿Serán conscientes los militantes
socialistas de lo que representa ese paso? ¿De que es suya, y exclusivamente
suya, esa responsabilidad? Hacen tabla rasa (al menos, formalmente, para
ciertas decisiones), deciden libremente y habrán de continuar con un ejercicio
comprometido y consecuente. Ojalá eso haya servido también de actitud
reflexiva, es decir, para darse cuenta de que hay que enterrar el cainismo y
cultivar el compañerismo. A ver si se percatan de que son reprobables ciertos
métodos sectarios y ciertas prácticas excluyentes. Un partido político -en
realidad cualquier organización colectiva- se construye con la suma de
esfuerzos y de aportaciones, con lealtad probada a los principios ideológicos y
a los postulados programáticos. Nada de eso impide la autocrítica, la
pluralidad de criterios y los enfoques diversos pero que, desnaturalizados con
los personalismos y las ambiciones individuales o grupales (más tarde o más
temprano terminan aflorando), producen efectos muy nocivos.
Más autoestima y menos flagelo, que
esa es otra. Así como la primera no debe ser entendida como complacencia o base
de frágiles y acomodaticias convicciones, que esté claro que el látigo
esgrimido para castigar a aquéllos con los que se discrepa o no se simpatiza es
el mismo con el que se hace sufrir a una causa o a una organización que bastante
recibe ya de adversarios políticos, medios y sumideros que no reparan en gastos
para doblegar al socialismo.
El asunto se resume en que el PSOE
tiene que superar el viejo dicho de que el enemigo lo tiene en casa. Y que
tantas energías derrochadas para superar al compañero aspirante solo sirven para
fortalecer a los antagonistas. Será entonces cuando, después de tantos años, se
pueda hablar de madurez.
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