Si las camareras
ganan esta batalla, mucho mérito habrá que atribuirles… dadas las
circunstancias.
Son quince mil en
Canarias. Las camareras de piso, que prestan sus servicios en establecimientos
hoteleros y extrahoteleros, ya han logrado, de momento, una cierta unanimidad
de los grupos parlamentarios de la cámara autonómica a la hora de que sea
ponderada su tarea y mejoradas sus condiciones de trabajo. El asunto, en
cualquiera de las figuras parlamentarias y bajo iniciativas de distinto signo
político, ha sido tratado en varias ocasiones. Hasta el Gobierno parece
entender la causa de este colectivo y se pone de su lado: “El liderazgo
turístico del archipiélago -ha dicho la consejera del ramo, María Teresa
Lorenzo- no debe medirse solo en cuanto a la aportación del sector al Producto
Interior Bruto sino también en la calidad del empleo que ofrece”.
Una encuesta
realizada por la central sindical Comisiones Obreras, cuyos resultados
definitivos están aún pendientes de conocerse, avanza que el 70% de las camareras
de piso consultadas admite medicarse para superar las dolencias musculares.
Otro 96% confiesa sentirse explotada en su establecimiento de trabajo. Una
componente del colectivo, residenciada en el sur de Tenerife, reconoce que
limpia a diario una media de veinte a veinticinco habitaciones en una jornada
de ocho horas, cinco días a la semana. Las retribuciones rondan los mil euros
para aquellas que trabajan en hoteles de cinco estrellas, cantidad minorada en
establecimientos de inferior categoría.
Los datos son
significativos, suficientemente indicativos de la gravedad de la situación, tal
es así que la patronal hotelera ha decidido crear en su seno una comisión
técnica que estudiará la casuística y propondrá -un suponer- medidas
alternativas. Por encima del rechazo a las críticas que se han ido amontonando,
que tengan presentes los empresarios el ambiente que se ha ido creando,
especialmente con el respaldo institucional que las camareras han suscitado.
Aquí, desde su punto de vista, el objetivo es triple: impedir un conflicto
laboral de imprevisibles consecuencias, aplacar las críticas que van inoculando
en otras islas de similar problemática e impedir daños directos en la imagen
del sector.
El caso es que
cualquier enfoque de este asunto pasa por preservar la salud de las
trabajadoras. Y por mejorar sus condiciones laborales. Y por generar, allí
donde sea posible, puestos de trabajo.
Las camareras
están librando una batalla a favor de su dignidad, de unas mejores condiciones de trabajo, antes que más salario. Si la ganan, desde luego,
será muy meritorio.
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