Unos que entran, otros que se van… El Lago sigue igual…
Ustedes perdonen este malísimo
remedo de una popular canción de finales de los sesenta para sintetizar la
situación del complejo turístico Costa Martiánez. Pero es lo que hay después de
haber denunciado el descuido y la anarquía que parecen haberse apoderado del
mantenimiento del recinto, con aquella entrada titulada “La lona sobre las
tejas del Lago”. Dábamos por hecha una reacción (“…Ya están ordenando la
retirada. El Lago, sus atractivos, merecen otra sensibilidad”, era el párrafo
final) pero, que sepamos, no se ha producido. Ni siquiera la comunicación que
personalmente hemos remitido a la Fundación César Manrique, dando cuenta de los
hechos, ha merecido respuesta.
O sea, que el complejo vegeta,
pese a la plausible restauración del ‘Homenaje al mar’ y a la renovación -en
todo caso, a destiempo e insuficiente- del mobiliario inyectada por el
Consorcio de Rehabilitación Turística cuyos fines, que sepamos, eran otros. El
Lago sigue igual.
Conste el malestar de algunos
usuarios pero sirve de poco, según les hemos dicho, si no va acompañado de
alguna otra acción. Simplemente, dejar constancia escrita de la queja. Varios,
incluso, acompañan fotografías convertidas en dolientes pruebas.
Así las cosas, es como si lo
único que importara, a cualquier precio, es la recaudación de cada día. O la
rentabilidad económica de la concesión de determinados servicios, cuyas
condiciones, por cierto, están por ver. A la falta de transparencia hay que
unir un escaso interés fiscalizador. El Lago fue declarado por el Gobierno de
Canarias, en 2005, Bien de Interés Cultural (BIC), pero sigue igual. Su
conservación y su mantenimiento, pese a tal consideración, parecen importar
poco.
Mientras tanto, no se prioriza
ni la mejora en la prestación de los servicios ni las intervenciones apropiadas
en el mantenimiento o la restauración de otras piezas del complejo. Ni se sabe
del rendimiento de las unidades de explotación. El Lago, joya pública de la
corona, es noticia por lonas publicitarias instaladas en lugares inadecuados;
por ser escenario de disputas políticas clientelares; por colocación de cadenas
que impiden el paso a ciertas zonas; por polémicas en redes sociales referidas
al acceso; por la perversión paisajística generada con la introducción de
elementos decorativos ajenos a la concepción imaginada por el artista
lanzaroteño; por celebración de ‘macrofiestas’ que es probable dejen más
pérdidas que beneficios y, en fin, por problemas de personal y recursos humanos
que vienen a reflejar, simplemente, una gestión global deficiente.
El complejo requiere de
atención, reiteramos. Una cosa es que vegete y
otra, muy distinta, que no exista voluntad política para tratar esa
instalación como se merece y como requiere su renombre para intentar mantener
un fisco de competitividad. Esa voluntad tiene que ser palpable. Con
oscurantismo o mirando para La Palma, nada se avanza.
Al revés: Unos que entran,
otros que se van… El Lago sigue igual…
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