Son tantos casos y
tantas situaciones inexplicables las que se registran en el país, está tan
agotada la capacidad de asombro, que el hecho no debería producir perplejidad:
es curioso lo nuestro, ahora resulta que silbar, abuchear o pitar el himno
nacional ni es delito ni es falta ni es nada. El juez que estudiaba el caso de
lo ocurrido el pasado mes de mayo, en la final de la Copa del Rey de fútbol, en
presencia del jefe del Estado (y de la visible sonrisa mefistofélica del ex
presidente de la Generalitat), decidió el sobreseimiento de las actuaciones. En
base a la libertad de expresión. La Fiscalía de la Audiencia Nacional ha
recurrido en apelación y considera “precipitado y un tanto inmaduro” dicho
sobreseimiento.
Es llamativo. Y antes de
entrar en apreciaciones de la que parece inútil controversia jurídica (la
Fiscalía también quiere que se investigue ahora al Fútbol Club Barcelona y la
entidad promotora de la ¿protesta?, Catalunya Acció), planteemos los contrastes.
Los símbolos están para ser respetados, especialmente en actos públicos, sea de la
índole que sean. No puede ocurrir que mientras en las manifestaciones
deportivas, especialmente, los participantes entonen el himno nacional de su
país y una buena parte de los espectadores, puestos en pie, también lo hagan, aquí
la interpretación se reduzca al abucheo y a la silbada. No puede ocurrir que
mientras muchos deportistas, tras alguna conquista, individual o colectiva, se
acerquen hasta un banquillo o un graderío para hacerse con una bandera de su
país y lucirla en las primeras celebraciones de júbilo, aquí la española sea
vilipendiada.
Son esas paradojas que
no tienen justificación. Por ejemplo: ¿habrá mayor contrasentido que los
aficionados al Fútbol Club Barcelona rechacen la enseña nacional y luego aplaudan
al jugador Luis Suárez cuando éste da la vuelta a la cancha envuelto en una
bandera de su país, Uruguay? Seguro que hay otros ejemplos similares.
Pero bueno, somos como
somos y en aras de un sagrado principio como es la libertad de expresión se puede
hacer hasta eso, que, según un magistrado, no pasa nada. ¿Qué de extraño tiene
entonces que en pantallas tanto legales como ilegales, altavoces fuera de
ordenación y en redes sociales se insulte y se amenace?
Qué país. De pitadas
impunes… y absurdos kilométricos.
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