La verdadera amistad dobla
por la mitad las angustias. Vicente Del Bosque e Iker Casillas habían colocado
un tristísimo The End a muchos años
de intensa relación profesional y humana. Tenía todas las apariencias de un
discrepancia de hartazgo, hasta un cierto resquemor se apoderó de las formas,
bien es verdad que otra de las consecuencias del que debía ser un ambiente de
descomposición, de ciclo final. Solo faltaba que empujaran los cientos de los
resultados desfavorables. En todo caso, una expresión clara del fin de ciclo.
Ya hemos dicho todo, ya hemos gozado todo… y nosotros, los de entonces, ya no
somos los de antes, con permiso del poeta.
El episodio dejó cariacontencido al universo balompédico y a
quienes habitan fuera de él. El marqués tiene sus simpatías, sobresale por su
mesura y su tolerancia, se notaba en cualquier situación una mano izquierda
para sobrellevar los episodios enrarecidos. Y el portero, el hijo que toda
madre querría tener, aparte del beso apasionado en pantalla a su novia de entonces,
acumula muchas intervenciones de gloria para ganar títulos en su ex equipo y en
el combinado nacional.
Dicho
así, que Del Bosque y Casillas se echaran en público los trastos a la cabeza,
disgustó, vaya que sí. En la hora de las despedidas -no está claro que el meta
diga adiós tan definitivamente como lo ha hecho el técnico, campeón de todo- la
estampa no era nada edificante. La palabra señorío volvió a perder sentido. Las
suspicacias de comportamientos con dobleces se acrecentaron.
Hasta que un saludo, un abrazo, una foto ¡y a la redes! parecen
haberlo solucionado. Sin grandilocuentes declaraciones. Sellada la paz,
pelillos a la mar, adiós a las susceptibilidades… ya saben. Del Bosque y
Casillas vuelven a pasear sonrientes, confesiones individuales ya volcadas…
para olvidar. Todas esas angustias derivadas quedaron dobladas precisamente
porque se impuso lo que todo el mundo podía esperar: la verdadera amistad hace
recapacitar, ojalá destile algo más que efectos balsámicos. Dos deportistas de
referencia para gente de todas las edades y, si nos apuran, de todos los
equipos, no podían -o no debían- quedar a la greña cuando ponían punto final a
trayectorias en las que gozaron de muy alto predicamento.
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