Ni en el fondo ni en las formas. El nombre de Leonarda Dibrani, una niña de quince años, de origen kosovar romaní, deportada sin miramientos de Francia, está ya asociado a la parte más oscura de la exclusión social. Ni más ni menos que en Francia han ocurrido los hechos. Cabe preguntarse a dónde fue a parar la "grandeur". Es normal que hayan arreciado las críticas desde las propias filas socialistas a la decisión gubernamental.
Son las contradicciones de nuestro tiempo. Tanto discurso de integración, de unión, de la Europa de los ciudadanos y de los pueblos, y luego resulta que se produce una decisión de este tipo: expulsar a una niña componente de una familia gitana. Oírla fue una extraña delicia: este es mi país, yo quiero vivir aquí, aquí están mi colegio y mis amigas... Pero la Francia de la igualdad, de la legaidad y de la fraternidad, se ve sacudida por vientos xenófobos y racistas y un gobierno socialista decide combatirlos con exclusiones sociales. Inaceptable. Cada país y cada Gobierno pueden fijar sus propias leyes, pueden regular el régimen y las condiciones de los extranjeros en su suelo. Pero no parecen consecuentes ciertas decisiones con los discursos que se predican.
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