El presidente del Gobierno,
Mariano Rajoy, apeló en la Cumbre Iberoamericana de Panamá a un “uso
responsable” de derechos tan “sagrados” como la libertad de expresión y la
libertad de información. Señaló Rajoy que “la pluralidad informativa y la
independencia de los medios de comunicación son factores imprescindibles para
el desarrollo democrático”. En lo que ha sido interpretado como una alusión a
medios digitales y géneros confidenciales, el jefe del ejecutivo lamentó la
aparición de nuevas opciones mediáticas que “no se rigen por las mismas normas
y obligaciones que las tradicionales”.
Casi coincidiendo con estas manifestaciones, el periodista
Federico Jiménez Losantos, que habitualmente dedica en su emisora insultos y
vilipendios a Mariano Rajoy, comentaba una resolución judicial sobre el
conocido como “Caso Faisán” en estos términos:
-Hay que quemar la Audiencia Nacional… Bueno, metafóricamente
hablando… Vale, hay que volarla…
Entonces, cabe detenerse en el concepto “uso responsable”.
Siquiera para preguntarse qué diferencia hay entre quienes se manifiestan en
los términos reproducidos y quienes critican las decisiones de mandatarios o
políticos de países donde se ponen obstáculos a la libertad de expresión propiciando
cierres de cabeceras o señales audiovisuales o forzando la desaparición de
programas y espacios críticos. Ninguna, ¿verdad? Como que son los mismos
quienes protagonizan ambas posturas.
Un radicalismo atroz, un fundamentalismo ciego desborda la mismísima
racionalidad de las posiciones por las que abogan. Un uso responsable, pide el
presidente español: nada que objetar. “Cualquier medio de comunicación -dijo en
Panamá-, grande o pequeño, es depositario de valores ciudadanos esenciales y su
papel es decisivo en el proceso de transformación de una opinión pública
exigente y responsable”. Rajoy, que cuenta con un apoyo mediático en nuestro
país solo equiparable al dispensado a José María Aznar en sus días de vino y
rosas presidenciales, se ha movido con cautela, tal como evolucionan las
tendencias en el universo de la comunicación.
Pero que tomen nota las partes: el político (que por lo leído,
imita al intelectual catalán Salvador Espriú, no leyendo periódicos) ya
alertado, claro, de lo que sueltan en algunos micrófonos; y el periodista
convencido de que todo el monte es orégano, de que se puede vejar, ofender,
denigrar o descalificar impunemente. Precisamente, en nombre de principios o
derechos “sagrados”.
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