Era Alberto Oliveras el
conductor del programa. Se emitía en la cadena SER (aquí lo seguíamos por Radio
Club Tenerife o Radio Las Palmas, cuya señal entraba como un cañón en La
Laguna). “Ustedes son formidables”, era el título de aquel espacio de
participación solidaria de la audiencia, sumada activamente a alguna causa, a
alguna necesidad personal o familiar que no habiendo encontrado ayuda de la
Administración, sí hallaba en la contribución de los radioyentes una vía para
verla satisfecha. Las consecuencias de alguna desgracia o precariedad familiar,
derivada de accidentes o catástrofes, de enfermedades o apremios de distinta
naturaleza, eran expuestas de forma tal que Oliveras se veía a menudo
desbordado para atender y clasificar las aportaciones que llegaban desde muy
distintos lugares. El programa dejó de emitirse en 1977.
Mediados los años sesenta
del pasado siglo, con un desarrollo muy primario del medio radiofónico, una
emisora sindical, La Voz del Valle, dirigida por el padre José Siverio,
registró inauditos índices de audiencia nocturna con el programa “Las tres
columnas”, en el que a base de llamadas telefónicas, los oyentes de los tres
municipios del Valle de la Orotava, en una noble lid no exenta de alguna
situación extrema rápidamente cortada por Siverio, contribuían a financiar la
que dio en llamarse “la Navidad de los humildes”. Los más necesitados, en
efecto, de las tres localidades, eran los destinatarios de la recaudación, cuya
evolución era expuesta semanalmente en escaparates de establecimientos
comerciales.
Décadas después, en
nuestros días, reaparecen en televisiones públicas espacios con el mismo
concepto o patrón: una especie de caridad apelada -bien intencionada, sin duda-
para suplir los recursos que, teóricamente, podrían provenir de
administraciones públicas a poco que éstas sean consecuentes con los principios
de justicia distributiva que es la quintaesencia de cualquier sistema
democrático. En Canal Sur y TVE se emiten programas en los que se suceden las
peticiones de los menesterosos y las contribuciones voluntarias, lo que puedan
-a veces más de lo que aquéllos y la propia presentadora esperaban- con tal de
ver estimada la solicitud, con tal de verla resuelta “entre todos”. Y venga
histeria en el estudio, y aplausos encendidos y lagrimal prolongado, mucho
lagrimal, que esto, sin emoción, no es nada. Y gratitud, digámoslo todo, porque
sin su expresión parece que la solidaridad no es tal.
“Es el Gobierno -los
gobiernos- quienes deben ayudar y mitigar las desigualdades, las diferencias
extremas, la pobreza de los ciudadanos. Que el Gobierno sea solidario con los
que menos tienen, no es -no puede ser- una excepción. Les hemos elegido pero,
por desgracia, a ellos no les podemos decir “Ustedes son formidables”, escribe
Jaime Olmo en infolibre.es sobre este
particular, bajo el título “Beneficencia en televisión: Ustedes son
formidables”.
Con la llegada de la
democracia, creíamos que desaparecería la beneficencia. Y que con sus avances,
se fortalecía el estado para llegar a ser el del bienestar social. Suponíamos,
qué ingenuos, que habría más derechos y que las ofertas programáticas de los partidos
políticos, todas, incluían referencias para mejorar las condiciones de vida de
los menos pudientes o de los más desfavorecidos. Independientemente de las siglas
políticas en las responsabilidades de las administraciones públicas, todas
estaban obligadas a consignar previsiones para superar esquemas del pasado.
Pero ya vemos, tal escribe Luis Arroyo en el mismo medio, “cómo la sociedad
civil sustituye al Estado; la misericordia a la justicia y la voluntad al deber
público”.
En realidad, estamos ante
un retorno al pasado, dicho sea con todos los respetos. Sí, un retroceso. Es
paradójico, por mucha crisis que haya, que algunas necesidades sean resueltas a
base de misericordia. El mensaje de estos programas debe hacer reflexionar a
todos, principalmente a los responsables públicos. La derecha estará encantada
y hasta enarbolará la bandera de la solidaridad testimoniada en televisiones
públicas como propia. Pero, en pleno siglo XXI, creíamos que ésta no era la
solución. Este es otro tipo de dependencia sobre el que no se puede edificar la
convivencia. La sociedad del futuro -y la justicia social- exige otros esquemas
y otros modelos. O lo que es igual: más Estado y menos sensiblerías.
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