Cruzado el ecuador del mandato
municipal, el escenario preelectoral no es muy diferente al de convocatorias
anteriores. Es decir, los rumores y conjeturas empiezan a menudear. Opciones,
expectativas, propósitos, saltos, permutas y estrategias, más o menos
desveladas, en torno a los objetivos políticos que se plantean. Seguro que más
de una encuesta también está sobre la mesa de los estados mayores de los
partidos.
Salvo las primarias o elecciones internas que el Partido
Socialista Obrero Español parece dispuesto a consagrar en su próxima
Conferencia Política -de hecho, en algunas federaciones, como la gallega, ya se
han llevado a la práctica- y que alguna otra organización terminará asimilando,
casi todo, a estas alturas, discurre como antes de la crisis institucional o
como mínimo hasta los comicios de 2011 que pusieron en evidencia, por cierto,
el retroceso de algunos partidos y el hartazgo de métodos, discursos y carteles
electorales.
Y el caso es que las elecciones autonómicas y locales dentro
de menos ya de dos años, precedidas de las europeas, se supone que van a ser
distintas, aunque las direcciones de los partidos no lo interpreten así y estén
haciendo bien poco para corregir el rumbo. Es posible que estimen que toda esa
desafección se va a evaporar en cuanto suenen los clarines de la campaña o se
aproximen las fechas de los debates y más aún, de las inauguraciones y los
oropeles… en cuanto, por fin, se multipliquen los mensajes altisonantes, las
redes queden empapadas de prolija información y los medios -¡ay, las
necesidades de las empresas!- dediquen más y más espacio, más y más minutos, a
cortes de cintas, entregas de distinciones y subvenciones, visitas a barrios y
anuncios de tal o cual actuación. Como dijo un viejo escritor que presumía de
saberlo todo: “Lo de siempre, m’ijo, lo de siempre”.
Pero mientras en buena lógica cabría esperar que el desapego
hacia la política y los políticos se vaya a traducir en virar las espaldas a
las urnas, o lo que es igual, en un alto índice de abstención; y que, en mejor
lógica, los órganos de los partidos estarían trabajando para que eso no se
produjera, propiciando incentivos, ideando alternativas y ofreciendo algo que
ciertamente llamase la atención a los electorados, no parece que aquéllos estén
por la labor, o por lo menos, no se les aprecia esmerándose en contrastar que
se trata de recuperar la política, de restituir la confianza y la credibilidad
perdidas.
Aunque no lo parezca, se trata casi de reinventar, o sea, no
va a bastar con lo que ya se sabe hacer, con la inercia derivada de una agenda,
con las ayudas domésticas, con las inyecciones a empresarios de la comunicación
amigos y con los favores por corresponder. Se supone que con todo lo que ha
pasado, con el castigo que a diario sufren en todos lados los partidos
políticos y sus representantes, ya deberían estar preparando a las bases de
otra manera.
Es decir, que sería necesaria otra cultura, la que se
correspondiera con las exigencias de la sociedad de nuestros días. Romper
hábitos y esquemas ya periclitados. Los comités y las ejecutivas se enfrentan a
inquietantes situaciones de deserciones militantes, en definitiva, de un
capitidisminuido entusiasmo por la política. Tendrán que dilucidar sobre la
inclusión de imputados judiciales en las candidaturas, por ejemplo. Y habrán de
actuar, en lo que quiera que hagan, con la máxima transparencia. Pero, más allá
de gestos o decisiones directamente relacionados con aquello que, teóricamente,
es determinante en una convocatoria electoral, también deben preparar el camino
para hacer ver que la crisis y sus efectos colaterales han producido cambios,
han traído desazón y recelos en la ciudadanía.
Por eso están obligados a motivarla. Tienen que persuadirla
de que la democracia es perfectible, siendo el menos malo de los sistemas de
convivencia política. Hay que cualificarla, revitalizarla, estimularla. Si hay,
como parece demostrado, señales de agotamiento, es preciso afanarse para
incursionar nuevas fórmulas. Cierto que eso no se logra en dos o tres
trimestres, ni siquiera en años. Por eso es necesario que se apliquen cuanto
antes si es que queremos que no aumente la desafección y que la jornada
electoral sea aprovechada, más que nunca, para irse de campo y playa. Como si
se desconfiara de todo y no sirviera de nada lo que en ella se dilucida.
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