Imeldo
Bello es como es. El artista ácrata, librepensador, inconformista,
ingobernable, rebelde hasta el tuétano, hasta que llegó la hora de
mostrar en público todo lo que es capaz de producir, en silencio,
entre fríos de temporada y acompañado por música clásica que
resulta idónea para retocar, afinar, pulir y concluir.
Isidoro
Sánchez García -a quien el Colegio de Ingenieros de Montes de
España acaba de distinguir con su Medalla de Honor- define a Imeldo
como artista otoñal pero su peculiar anarquía no entiende de
estaciones y mucho menos de patriarcados. Por eso expone en el
Instituto de estudios Hispánicos de Canarias (IEHC) Tendencias
(1970-2016), tributo a Marcos, a quien incluye en el
subtitulo de la colección con una exclamación significativa:
''iiiAy, mi hermano!!!''. Marcos, el colorado, el pelirrojo, el
maestro que súbitamente dejó su vida en Las Cañadas, mientras
excursionaba, le recomendó en cierta ocasión que se concentrara en
el sin igual paisaje de las azoteas de la isla, que allí hay motivos
de sobra para plasmar. ''Préstame un favor -escribe Imeldo en su
memoria- para poder decir: qué bueno es vivir aquí y en el aire''.
Y
entonces hace uno de esos 'happening' -¿se decía así, no?- que
tanto gustaban en los setenta, generación a la que le adscribe Raúl
González Suárez quien hace en el catálogo una exacta definición
del artista en pocas palabras: ''Es un gran observador de nuestras
bellezas naturales''. En la estancia principal del IEHC, entre
borbotones de calor, colgaban guirnaldas con pequeñas reproducciones
de su obra; el afecto y la amistad que ha sabido granjearse se vio
correspondido con suficiencia (para gozo de los dirigentes del
Instituto, acostumbrados a magras asistencias), entendidos y no
tanto, pero, sobre todo, amigos a los que el arte de Imeldo Bello
siempre les dice cosas nuevas aunque lo hayan visto mil veces, de
modo que el acto cobró, desde el principio, ese aire de informalidad
y espontaneidad que tanto insufla al artista cuando tiene que hablar
de sus creaciones entre amigos. Una delicia sensorial, en atinada
expresión de Eduardo Zalba González.
Entre
esas creaciones, sobresale una auténtica sinfonía polícroma de
tajinastes. Las retamas teideanas estallan y la materia se torna
moldeable y cede para la impresión del artista. Es la paleta
multicolor que interpreta González Suárez: “Sus obras están
marcadas por un estilo figurativo y paisajístico con elementos
oníricos y simbólicos, donde la fuerza y la metáfora visual de la
lava volcánica, de la retama del Teide se refuerza con la escala
cromática que sale de su pincel, en la que usa la gama del arco
iris, basada en colores primarios, ardientes, con el predominio del
color sobre el dibujo, poniendo a salvo la belleza desnuda del
paisaje para conseguir un principio básico en la obra de este
artista: una paleta multicolor respetuosa con el entorno”.
El
artista portuense, que también cuelga su obra en una de las salas
del Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdhal (MACEW) hasta el
próximo 27 de octubre, en fase de luna creciente, señaló que
“poseemos algunos amigos de siempre y, por ello, no necesitamos
detonantes para atraernos”. Sus cuadros, su obra, estas Tendencias
de todo un ciclo vital reflejan
una volubilidad artística fuera de lo común.
Y
cuando eclosiona, impacta.
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