Imaginemos
por un momento la campaña electoral de Estados Unidos (USA)
extrapolada a España. ¡Jesús! Un candidato a la presidencia
haciendo de su discurso una permanente defensiva de sus apetitos y
desafueros sexuales, más o menos basados en su poderío capitalista.
Imaginemos: en los debates no se habla de política exterior ni de
igualdad ni de fiscalidad ni de proteccionismo económico ni de
seguridad nuclear ni de carrera armamentística ni de seguridad
social ni de innovación tecnológica ni de avances aeroespaciales…
Y si se habla, no nos hemos enterado porque la prioridad son los
devaneos y los caprichos de uno de los aspirantes, la supuesta
alternativa para gobernar. Eso, en nuestro país, sería el acabóse,
con los Sálvame,
Ana Rosa, Zapeando (miren
que es feo el gerundio), Cita
a ciegas y
demás farándula incorporados al fragor de la campaña comentando
sin parar sobre los excesos del macho alfa (o del ibérico), del
acosador, del dandismo, del histrionismo, del ligón trasnochado o,
simplemente, del insaciable.
Cierto
que a finales de los años ochenta, el candidato demócrata Gary Hart
hubo de renunciar cuando algún medio descubrió su relación
sentimental con una modelo. Son muy suyos los norteamericanos en esto
de la doble moral y de castigar severamente los deslices en plena
carrera electoral pero habrá que aguardar a los comicios para saber
si el comportamiento va a ser el mismo de aquellos antecedentes de
Hart, una vez comprobado que siguen apareciendo testimonios de
maltratadas o vilipendiadas por el inefable -no por este hecho sino
por otras extravagancias más- Donald Trump. Aún así, hay mujeres
‘trumpistas’, ¡eh!
Con
razón dicen que los desmanes de éste han provocado cortocircuitos
en el periodismo de Estados Unidos. Además de las circunstancias
señaladas, al candidato republicano se le atribuyen mentiras
sistemáticas, tantas que ya casi nadie opta por rebatir. Así, el
eterno debate en el ámbito periodístico, información versus
opinión, ha adquirido colateralmente notoria relevancia. Claro: a
falta de sustancia política, de confrontar ideas y modelos, los
medios hacen ejercicio de autocrítica y sientan premisas para luego
fijar posiciones ante la elección: apoyar a Clinton o a Trump.
No
hay que dar muchas vueltas: si todos esos factores tuvieran
prolongación carpetovetónica, estaríamos hablando del bajo nivel,
de la devaluación de la política, de la democracia de menguante
calidad, de retroceso de incalculables proporciones, de
‘no-nos-queda-nada’, de un escándalo creciente al galope
tendido… Pero es en la democracia USA cuyas fortalezas, históricas,
sociales y políticas, no vamos a cuestionar. Lo malo es que por los
resquicios de esas fortalezas se cuelen los estrafalarios o la
telerrealidad misma de manera que la imagen del país -el más
poderoso del planeta, siguen diciendo- y de la propia democracia se
van deteriorando a pasos agigantados. Habrá que aguardar a los
resultados pero las reacciones desde las filas republicanas hacen
intuir desde ya daños de muy costosa reparación. Que vayan
socializando las pérdidas.
Claro
que aquí, trescientos días y dos investiduras fallidas después,
todavía se debate qué es menos malo, si abstenerse o negarse; si la
mayoría absoluta, en caso de nuevas elecciones, es posible (cuanto
más corrupción descubierta, mejor); o si las encuestas -cada vez
más sesgadas- entreveran adelantos que, sin duda, serían carne de
titulares.
No hay Trump en España. Pero
siempre tendremos peculiaridades.
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