Cuentan que los rostros de la vicepresidenta
del Gobierno y de los ministros de Economía y Hacienda en la rueda de prensa
posterior al último consejo eran todo un
poema o hablaban por sí solos. Es natural. Como también lo es que cada
vez haya más votantes o simpatizantes del Partido Popular desencantados o
decepcionados; cuando no, a punto de desertar.
Porque
se hace difícil, en efecto, comunicar más medidas de sacrificio o intentar
persuadir de que éstas son las políticas adecuadas para una recuperación cuyo
horizonte temporal se ha convertido en un auténtico auto de fe. Harto
dificultoso explicar el alcance de determinaciones cuando el peso de la losa de
los desempleados es ya insoportable. Es lógico que haya caras serias y
compungidas, de duelo, incapaces de transmitir otra cosa que no sea la
resignación, como así parece desprenderse de algún titular periodístico derivado
del “fuego amigo”.
Y
más complicado, naturalmente, es asumir esas medidas. Está la ciudadanía tan
descreída que su espíritu no da para más que la crítica amarga y desconsolada.
Lógico: depositó su confianza en quien anunciaba planes, proyectos y programas
para acabar con aquella hecatombe de los socialistas, un chiste fácil, por
cierto, si se la compara con la situación presente. Confirió tal en números
mayoritarios para que no hubiera duda ni hubiera que recurrir a pactos ni
quedar en situación de dependencia. Y sin embargo, casi año y medio después, no
sólo han empeorado los datos de los problemas más acuciantes sino que los
incumplimientos sistemáticos y los largos tentáculos de la corrupción política
han hecho fruncir el ceño a quienes creyeron ver en el partido conservador,
además de la alternativa en el poder político, la solución a los males de
quienes no pudieron o no supieron lidiar la crisis.
El
Partido Popular, tampoco, desde luego. De ahí, tanto descontento y tanta
desazón en las propias filas y en la masa de apoyo fraguada en las últimas
convocatorias electorales, impulsada, sin duda, por el afán de castigo. Pero ya
no hay palabras para tanto desempleado. Y los ilustrativos rostros de los
responsables ministeriales son los de tanta gente que tampoco quiere saber nada
de quienes, con encomiable lealtad ideológica y sacando de donde no hay, aún
intentan desde foros, tertulias y otros soportes mediáticos, persuadir de que
es el único camino posible, de que todo se andará, de que hay que frenar el
retorno de los demonios socialistas… Todo lo más, efectos balsámicos. Y aun
así, cabe dudarlo.
O
sea, que persisten las oscuras perspectivas, pese a las magnitudes
macroeconómicas. El austericidio condujo al desmantelamiento del Estado de
bienestar. Menos empleo, menos opciones, menos consumo, más pobreza, más
rigores, más exclusión social… En definitiva, situación de color hormiga que,
entre cifras millonarias y porcentajes crecientes, entre estancamientos y
pensamientos como el la Delegada del Gobierno en Catalunya -¡se congratula de
que haya ricos y pijos!-, extiende su manto de escepticismo y pesimismo hasta
niveles insospechados.
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