Cuesta aceptar que sea en el seno del gobierno local donde
residan discrepancias para gestionar Mueca,
el festival internacional de arte en la calle que renació de sus cenizas en
el Puerto de la Cruz para terminar convirtiéndose en uno de sus reclamos y en
uno de sus soportes de promoción. Viendo el entusiasmo con que gente de todas
las edades y de toda condición social han vivido esta nueva edición -muy
fortalecida, por cierto, con inyecciones financieras- y contrastando algunos
exultantes titulares de prensa, se diría que es inaudito que haya zancadillas o
palos en la rueda donde tendría que navegar, viento en popa, un acontecimiento
anual que distingue a una ciudad en un ámbito como el cultural y en la
heterogeneidad de manifestaciones artísticas callejeras. Ni siquiera el hecho
de una maternidad política distinta es causa para desentenderse y dejar fenecer
-como tantas cosas en el Puerto- una convocatoria en la que, por originalidad,
apertura y sintonía con las características de la ciudad, se podía creer con
pleno fundamento.
Así que lo
más difícil, parece logrado, esto es, que la ciudadanía haya hecho suyo el
festival, se identifique con él. Ocurrió igual con el desaparecido Festival de
Cine que, tras unas primeras ediciones de zozobra, fue ganando prestigio y
renombre, fue consolidándose hasta que acabaron con él al cabo de trece
ediciones. La población portuense aguardaba el certamen y hasta presumía de él:
durante lustros, fue prácticamente el único en Canarias. Su recuperación,
pasados unos años, en otras circunstancias, ya era más complicada. Y no avanzó.
Pero con Mueca está sucediendo un fenómeno
positivo que tumba, por cierto, aquella equívoca apreciación de un director
periodístico: “La cultura no vende”, afirmó. Ese fenómeno de la identificación
al que aludimos: interesarse por los contenidos programáticos, recorrer calles
y plazas tan concurridas y animadas y hasta contribuir a que la pequeña y
mediana industria local viva con intensidad las jornadas de la celebración.
Hasta la palabra ‘cómplices’ parece muy apropiada para sustentarla, incluso más
allá de los días programados. La cultura sí atrae. Y proyecta.
Mueca, lo dijimos desde la primera
edición, allá por el año 2000, tenía una vocación universal que es la que hay
que cultivar. La actual concejalía-delegada, sobre la que recae la
responsabilidad de la programación y organización, parece haber interpretado
muy bien esa premisa inicial. Ahora se trata de “articular un discurso propio,
que es esencial para un evento cultural”, como ha dicho Octavio Arbeláez,
director del Festival de teatro de Manizales (Colombia), presente en la cita
portuense.
Que ese
discurso entrañe el estímulo de la producción local, de la actividad que se
haga en casa, donde son meritorios los esfuerzos que vienen haciendo grupos y
colectivos culturales que no encuentran facilidades, precisamente, para
desarrollar sus habilidades y su creatividad. En Mueca deben tener un espacio: bueno fuera que vinieran de otras latitudes
y la aportación portuense no pasara de la condición de sujeto pasivo o
espectador. Lo definió el mexicano Mario Espinosa, director del Centro
Universitario de Teatro: “Abrir espacios para nuevas compañías, con nuevas
propuestas, es muy importante”.
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