Fue el símbolo del desarrollismo portuense por antonomasia.
Un rascacielos. Construido en los años sesenta y ubicado en un punto
estratégico del municipio, justo en uno de los accesos principales. A todo el
mundo le parecía una desmesura pero lo cierto es que la fiebre turística subía
progresivamente y nada parecía detener aquel afán edificatorio para ponerlo al
servicio de la entonces denominada industria sin chimeneas. Era la expresión
del poderío de entonces. El Puerto de la Cruz iba reafirmando una transformación
considerable en el marco de su indeclinable vocación turística.
El rascacielos de la Punta de la carretera, el ‘Belair’, fue
hotel en un complejo llamativo y modernista, con otros bloques para alojamiento
de menor altura, piscina con amplio solario y una espaciosa zona verde en la
que convivían pavos y otras aves. Su contemplación desde el borde de la
carretera del Botánico y desde lo alto de la calle Las Damas se convirtió en un
ejercicio común. El espacio lúdico de la azote se convirtió en uno de los más
frecuentados de aquel ‘Puerto Cruz la nuit’. Una de las diversiones de
entonces, ligues aparte, fue arrojar vasos, llenos o vacíos, desde tamaña
altura, veintitrés pisos.
Con el paso del tiempo, la explotación del hotel dejó de ser
productiva, razón por la que surgieron conflictos de propiedad. Hasta que se
reconvirtió en una comunidad de bienes. Las habitaciones dejaron paso a
apartamentos. Pero la alargada figura del ‘Belair’, remozado en los años
noventa, seguía dominando muy buena parte de la ciudad. Menos mal que se optó
por esa solución residencial y ese remozamiento pues si no, a estas alturas,
sería la más gráfica expresión de la decadencia, un ícono de barro, un
mastodonte abandonado.
Aún así, el edificio es capaz de agitar ánimos e impresiones
estos días en las redes sociales. Se ve que sigue sin dejar indiferente a
nadie. Se quejan muchos, y no les falta razón, de la edificación que constituye
un impacto y resulta poco estética. Otros muestran su desolación al contemplar
aquellas atractivas zonas ajardinadas.
Lo cierto es que el ‘Belair’ de los pecados del
desarrollismo, cuando no había instrumentos de planeamiento ni nociones de
disciplina urbanística ni controles de fiscalización, emergió y aún hoy exhibe
su perfil gigantesco como señal de grandeza o esplendor de otra época.
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