La segunda acepción del diccionario de la Real Academia
Española es bastante clara: “Conjunto de operaciones y cuidados necesarios para
que instalaciones, edificios, industrias, etc., puedan seguir funcionando
adecuadamente”.
Así se define o entiende el mantenimiento, una palabra
repetida hasta la saciedad en el Puerto de la Cruz… por su carencia, por su
inexistencia. En otras ciudades seguro que se registra el mismo problema, o
similar. Pero a lo largo de los últimos tiempos, en la localidad norteña, a propósito
de actuaciones que se proyectan o de realidades con las que se convive, se ha
convertido casi en un vocablo maldito.
¿De qué vale renovar tal o cual servicio, tal o cual dotación
pública, si luego no hay mantenimiento?, es la pregunta más fácil y más
repetida. Por las razones que sea, lo cierto es que las mejoras introducidas,
incluso las innovaciones, pronto van perdiendo su valor… porque no hay
mantenimiento.
Y admitamos que no todo depende de los preparativos y de los
dispositivos con que cuente la administración pública responsable. El
comportamiento de los usuarios, su civismo y su sensibilidad, también son
determinantes para que el desgaste y la erosión no sean tan visibles, al menos
en un breve lapso de tiempo.
Pero no hay que dar muchas vueltas: jardines, mobiliario
urbano, espacios públicos, parques, paseos, báculos, bancos, señalética… todo
eso requiere de mantenimiento y de cuidado. Y de todo eso ha de encargarse la
administración pública, con sus propios recursos o los convenidos con otras
entidades. Teóricamente, no debería ser difícil la posible solución: crear o
disponer de una brigada de personal específica de mantenimiento, aquella que,
convenientemente alertada, ofrece una respuesta rápida a esa realidad física
que hace fruncir el ceño a un montón de personas que se lamenta de transitar
por el mismo lugar todos los días al encontrarse con los mismos desperfectos,
con los mismos desconches, con la reiterada estampa de abandono y desidia.
Cuando eso sucede, siempre hemos dicho lo mismo: es imposible
que un edil, un funcionario, una persona de la plantilla laboral o de las
empresas a las que se encomienda una tarea concreta o un policía local no haya
pasado por aquí últimamente y haya tomado una iniciativa para arreglar o
solucionar la situación.
Lo peor es que para una ciudad que, en todo momento, debe ser
un escaparate -por razones que no es necesario explicar- esas estampas son tan
poco edificantes que tanto los nativos como los visitantes van acumulando una
sensación de desagrado difícil de superar.
Y todo, por falta de mantenimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario