Eran
atentos y puntuales. Son las dos primeras cualidades que deben ser
destacadas. Atentos a la actualidad, a la evolución de los asuntos
que solían plasmar en sus textos y a la vida cotidiana de la que ya
formaba parte su relación con el medio. Puntuales para hacer llegar
-a veces, por su propio pie, esto es, llevar el escrito a la sede o a
la redacción- en el plazo muchas veces convenido sobre la marcha,
sin necesidad de concertar documento alguno, el artículo convertido
en la prueba de la colaboración.
El
colaborador, los colaboradores. Su figura fue siempre importante en
los medios escritos. Había gente que compraba el periódico
determinado día porque entonces se insertaba su aportación. Lo
mismo pasaba con publicaciones no diarias. Se aguardaba su aparición
para leer y seguir el estilo que gustaba. Algunos crearon escuela y
terminaron con una sección fija. O se convirtieron en columnistas.
Lo más importante: su producto no era relleno. El valor se lo
otorgaba el propio medio por el mero hecho de publicarlo. Primera
señal de respeto.
El
perfil era de lo más variado. Jóvenes con inquietudes literarias,
por ejemplo o ilusionados con ver su nombre en los papeles para ir
creciendo y abriéndose un espacio. O personas menos jóvenes,
amantes de la escritura y dispuestos a escribir sus impresiones de la
vida en general, de la actualidad o de algúna materia en la que, por
afición, conocimientos o seguimiento, se iban especializando.
Profesionales y funcionarios que, en su tiempo libre, volcaban sus
ideas y sus apreciaciones procurando mecanografiar sin errores ni
tachaduras para que las correcciones, si las hubiera, merecieran el
último crédito antes de la publicación.
La
crisis se llevó por delante a muchos colaboradores, incluso a los
que ya mantenían una relación consolidada, basada en la lealtad, en
los años en que, con solución de continuidad, sus trabajos fueron
viendo la luz. Es verdad que, durante mucho tiempo, no percibían
emolumentos. Sus escritos eran por amor al arte. Los que terminaron
logrando un reconocimiento retributivo -en función del número de
textos publicados, por ejemplo- vieron truncado ese ingreso extra
cuando alguien -el director, probablemente- tuvo que comunicar -con
pesar, seguro- que ya la empresa no abonaría sus colaboraciones y
que era libre de intentarlo en otro medio o de seguir pero sin nada a
cambio.
El
colaborador, los colaboradores. Escribían libremente, sin necesidad
de recibir influjos o sugerencias desde los responsables ejecutivos
del propio periódico cuyo contenido terminaban cualificando con esa
obra, por lo general, paciente y esmerada. Y hasta documentada. Había
lectores que pasaban de su aportación y otros que la aguardaban.
Las
dinámicas mediáticas han cambiado y los colaboradores también se
han visto afectadas. Ya se precisa algo más que su voluntarismo de
hace unas décadas. Pero su papel fue siempre respetable y como tal
debe ser reconocido.
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