Hasta cuatro localizaciones con
la palabra ‘punta’ encontramos en un breve repaso a la geografía urbana del
Puerto de la Cruz. Es posible que se nos escape alguna. Si así fuera y usted es
lector de esta entrada, no dude en hacernos llegar su observación para su
incorporación.
Está Punta Brava, el núcleo
límite del término municipal con Los Realejos, surgido sobre los bajíos y
abierto al turismo para albergar a uno de los primeros complejos del país que
prosigue su expansión y acoge cíclicamente sus innovaciones. Millones de
personas visitan Loro Parque anualmente, tan variado, tan natural, tan
espectáculo desde que se franquea la puerta de acceso.
El tesón caracterizó los afanes
de la población de Punta Brava durante muchos años. Primero, con la
autoconstrucción y luego con la aparición de pequeñas y medianas empresas que
han dado vida a la actividad económica del barrio. También aquí se forjaron valores
cívicos, cuando se fraguaba la democracia y un incipiente movimiento vecinal
impulsaba el quehacer de los primeros dirigentes que luego se convertirían en
ediles. La lucha por disponer de una vía de acceso cómoda y segura se vio
acompasada por la dotación modernista de una playa que se funde con jardines y
platanares y es también señal distintiva.
Punta Brava, con la entrada en
funcionamiento del Hogar Santa Rita, y con el perpetuo homenaje, en la entrada
del sector, a cuantos intervinieron en el naufragio del ‘Titlis’, es un ejemplo
de solidaridad.
Está la Punta de la Carretera,
una suerte de confluencia viaria, donde se erige el rascacielos interpretado
como la expresión máxima del desarrollismo de una época. Hubo un tiempo en que
era el acceso principal al centro. Ahora, desde los ochenta, desde que se puso
en marcha un plan de tráfico, es un fluido distribuidor de salida hacia oriente
y occidente, aunque no figure la rústica señalética -después sustituida por
otra iluminada- que indicaba localidades y kilómetros. En los alrededores,
intentan sobrevivir algunas casas terreras. Otros solares nos refrescan
recuerdos de la convivencia cotidiana de los portuenses y de unos cuantos
personajes populares de la zona.
Está la Punta del Viento, allí
donde se entrecruzan todas las brisas y todos los alisios. Allí donde se han
probado todos los tratamientos urbanísticos que buscaron la contemplación
admirable, desde paradores diversos, del paisaje más cercano y de los relieves insulares
más alejados. Ha sido una apuesta por lo diáfano, en tanto cedían las últimas
viviendas, una suerte de zoco y venta ambulante y establecimientos turísticos
de postín. Antesala de un paseo singular al que se empeñaron en arrebatar un
muro. Fue San Telmo bulevar, también con sello manriqueño. Expresión del
cosmopolitismo y la multiculturalidad. La Punta del Viento, donde si se quiere
fresco, en plena canícula, se puede encontrar. Y donde en invierno,
especialmente en la noche, hay que abrigarse.
Está la Punta del Muelle, el
límite con el Atlántico del pequeño refugio que otrora protegió el quehacer de
numerosas familias dedicadas a las artes pesqueras. El paseo que acerca al
horizonte, aún válido para bañistas que se lanzan desde lo más alto. ¿Qué
Punta?, puede que se pregunten algunos: ¿el final de ese paseo o la del dique
de abrigo de enfrente, popularmente conocida como “Puerto Banús”? Da igual: en
ambas convergen ilusiones, disfrute, pesquerías, conversaciones de todo tipo. Y
desde ambas se dice adiós o hasta luego a la Virgen marinera que es embarcada
en julio, además de servir de plataforma para fuegos artificiales en varias
celebraciones.
Y en el cancionero popular,
medio perdida, aparece otra punta, a secas: la del antiguo Boquete, la del muro
de protección de San Telmo. “Me tiro en la escalerita, en la punta, o en el rebozo/ y nadar a la Cebada era lo más
peligroso”, cantaron los Encinoso y los Volcanes del Teide mientras bellos
recuerdos llegaban a la memoria y los compartían con gentes de toda condición. Allí,
todas las posturas, todas las audacias y todas las hazañas posibles de los
bañistas.
Puntas portuenses.
Localizaciones para identificar sectores que hacen del paisaje local espacios
donde convivir, evocar y contemplar hasta la propia evolución urbanística del
municipio.
P.S.- El estimado amigo Mario Torres Rodríguez responde a nuestra invitación y señala otra: la Punta de los Meros, en la cercanía del charco Las mulas, en pleno bajío, en lo que se llamaba La Marea, cerca de El Peñón. Un lugar idóneo para aprender a pescar. Era frecuente ver a los jóvenes con sus cañas y pendientes de los movimientos de la marea. Una localización más.
P.S.- El estimado amigo Mario Torres Rodríguez responde a nuestra invitación y señala otra: la Punta de los Meros, en la cercanía del charco Las mulas, en pleno bajío, en lo que se llamaba La Marea, cerca de El Peñón. Un lugar idóneo para aprender a pescar. Era frecuente ver a los jóvenes con sus cañas y pendientes de los movimientos de la marea. Una localización más.
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