El cisma en Canarias está
servido. Con el petróleo, que aún no ha brotado. Pero que la autorización para
prospectar haya alcanzado caracteres en el Boletín Oficial del Estado significa
que, salvo renuncias o decisiones inesperadas, los empecinamientos se consumarán
con todas las consecuencias.
El Gobierno de Canarias va a pedir la suspensión cautelar de
los sondeos mediante la presentación de un recurso de alzada, con lo que se
alarga el culebrón en los tribunales. Pero es normal que el ejecutivo, respetando
el Estado de derecho, agote la vía judicial con tal de impedir una medida que
estima lesiva para el modelo de desarrollo.
En los tribunales se libra una batalla, de acuerdo. Pero en
los otros escenarios la cosa está igual de cruda. El cisma está servido, como
si hubiera tomado el testigo o el relevo del pleito interinsular. Canarios
contra canarios: instituciones en contra, empresarios a favor, población
dividida. ¿Quién terminará ganando?, gran pregunta. Un debate que se alarga,
con pros y contras, con argumentos que se desgranan con desigual capacidad
persuasiva.
Y lo peor de las formas, derivadas de un capricho político
(el de un ministro que se gana a pulso el vilipendio), es que va a desembocar
en una desconocida ruptura de relaciones institucionales. No se sabe bien en
qué consiste, cuáles son las consecuencias. Pero expresada, así de llana, por
el presidente del Gobierno de Canarias, suena grave. Es un punto de partida
para marcar distancias. Ya se verá el alcance. De momento, otro elemento del cisma.
Una sensación de menosprecio flota en ese clima de tensión,
de ruptura. Los antecedentes, la tirantez que se ha registrado en otras etapas,
son leves si se comparan con cada paso que fragua el empeño ministerial. Hasta las instituciones
insulares se ven envueltas. Y por qué en Canarias sí y en Baleares no, cuando
las circunstancias que concurren son tan similares, es la pregunta que todo el
mundo se formula sin obtener una respuesta convincente. Y entonces, salta otra
conclusión: menosprecio y agravio.
Malo que la sociedad canaria, en pleno cisma, se sienta
desconsiderada, de segunda clase, discriminada. Malo que un hipotético
beneficio para la productividad económica termine cristalizando por la vía de
la imposición. No parece que broten flores de la mar.
Y queda una consulta pendiente. Acaso para verificar la
prueba del cisma.
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