“El interés del turismo no es que vengan más
turistas, que haya más alojamiento, que los hoteles ganen más dinero, que los
taxis vayan más llenos… El interés del turismo para un territorio es que
contribuya a la generación de riqueza y empleo en el mismo y, en última
instancia, a la mejora de su calidad de vida”, ha dicho el profesor de la
Universidad de Jaén y presidente de la Asociación Española de Expertos
Científicos en Turismo (AECIT), Juan Ignacio Pulido.
Las
apreciaciones de Pulido tienen un inestimable valor justo cuando la industria
turística ha de afrontar una etapa caracterizada por las innovaciones y las
estrategias apropiadas, en las que, por cierto, la gestión del destino se
convierte en objetivo primordial. Estas reflexiones derivan de la publicación
de dos libros editados por la AECIT, coincidente con su vigésimo aniversario.
Sus títulos: “Veinte años de la actividad turística en España” y “Veinte retos
para el turismo en España”. Las notorias transformaciones experimentadas por el
sector en los últimos tiempos significan, a juicio de algunos expertos, los
antecedentes de una revolución que va a llegar más temprano que tarde: la
implementación de nuevas tecnologías seguirá produciendo cambios y será
decisiva para procesar convenientemente las tendencias y, si nos apuran, hasta
las crisis.
Gestionar
el destino. Es complicado pero en ello tienen que esmerarse los sectores
público y privado, condenados a entenderse, aunque suene manido y tópico. Todas
las recetas parten de una premisa: planificación. Por tanto, primer gran
consenso que se requiere en el entendimiento antedicho. Para el profesor
Pulido, poco menos que se trata de una asignatura pendiente. “Es un ámbito
-apunta- en el que ha habido bastantes lagunas en las últimas décadas. En mi opinión,
la gestión del destino subyace en el fondo de todo, de la sostenibilidad, del
turismo colaborativo, de la participación de los ciudadanos. Es el impacto
económico y ambiental que genera el turismo”.
Gestionar
el destino comporta riesgos y no acertar equivale a estancamientos,
obsolescencia y pérdida de competitividad. Si un destino turístico es el
principal sostén de su economía productiva, hay que planificar primero y
ejecutar después. Hay que ser sensibles para corresponder a las exigencias de
los visitantes. En el destino cohabitan administraciones, empresas, entidades, servicios,
es decir, todo tipo de actores. “Hay que tener en cuenta -dice Juan Ignacio
Pulido- que el turista no viaja para dormir en un hotel ni para subirse a un
avión. Lo hace para disfrutar de experiencias únicas”.
Y
así volvemos al principio. Hay que evitar el cortoplacismo o el interés
coyuntural. Ya lo hemos escrito con anterioridad: no importa solo la cantidad.
Algunos presumen de récords o se obsesionan con el incremento de las visitas.
Pero hay que preguntarse si las personas que habitan en un determinado destino
están percibiendo los supuestos beneficios. Igual la calidad de las
prestaciones va menguando, los atractivos se deterioran, los ingresos se
reducen y las condiciones en laborales son más precarias.
El
profesor Pulido lo explicita muy bien en su análisis: “No es un éxito que venga
un millón de personas más; es un éxito que la gente viva un millón de veces mejor”. A ver si hacemos caso.
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