-¿Duermes
tranquilo, Colo?
La pregunta, hecha al principio de una
entrevista en directo, en el programa “Radio Deportes” que entonces conducíamos
en Radio Popular de Tenerife, tuvo un efecto multiplicador al día siguiente,
cuando salió reproducida en una información de Diario de Avisos. Colo atravesaba sus horas más delicadas desde que
accedió a la presidencia del Club Deportivo Tenerife: una racha de resultados
negativos complicaba la clasificación y filtraba, de paso, las dificultades
económico-financieras de la entidad.
Era la primera vez que hablábamos cara
a cara. Pese a todas las adversidades, se presentó puntualmente en la emisora y
no rehuyó una sola de las preguntas que le formulamos. Los dos, de pie ante el
micrófono. Fue en la segunda mitad de la década de los años setenta. En la
hemeroteca de Diario de Avisos se
puede encontrar la información, de cuya repercusión empezamos a ser plenamente
conscientes en los días posteriores, cuando la crisis se agravaba.
No es que la pregunta forzara nada.
Mejor dicho: fue el comienzo de una hermosa amistad, con permiso de Rick Blaine
(Humphrey Bogart) en la memorable escena final de “Casablanca”, dirigida por
Michael Curtiz. A partir de entonces, de la entrevista, cada quien en sus
respectivos cometidos, nos dispensamos una relación amistosa basada no solo en
el respeto sino en el afecto que despierta cada encuentro, cada llamada, cada
visita… Las circunstancias quisieron que Colo viniera a residir al Puerto de la
Cruz y eso acentuó nuestra recíproca querencia.
-¡Si mi padre se entera que te he
votado, me quita el habla!- bromeó en una jornada electoral tras la que
accedimos a la alcaldía. Esa era la expresión espontánea y franca de su
cordialidad, la que descubrimos durante tantos años, los que van de aquella
etapa suya al frente del que entonces decíamos ‘representativo’ hasta su
ejercicio profesional como un habitante más de la ciudad, convocado a las urnas
municipales y depositando su confianza en un amigo.
No se trata de corresponderle con
lisonjas en el prólogo que nos encarga del libro de su vida sino de glosar este
anhelo suyo no confesado de querer dejar constancia de su paso por la vida. Es
como si Julio Santaella Benítez se hubiera propuesto resumir su trayectoria, la
de adolescente, la del profesional del fútbol, la del gestor, la del hombre de
empresa, la familiar, sin otra ambición que la de exponerla tal cual, de
frente. Es un itinerario plagado de peripecias (Colo es de los que ha tenido
que volver a empezar -perdón por emplear otro título cinematográfico- un montón
de veces) y de adversidades que afrontó con el espíritu del marcador de Paco
Gento y de tantos otros delanteros. Pero al que también sobraron arrestos para
sortear y dejar atrás las tribulaciones y las incertidumbres.
Colo hace en estas páginas el desnudo
de su vida, si se permite la expresión. Muestra sus heridas y explica el por
qué de sus decisiones, algunas de ellas muy complicadas. Y desvela su compromiso
sin necesidad de confesar debilidades pero tampoco de exhibir cualidades de
defensor rocoso. Es el tesón la virtud que ha distinguido a este tinerfeño que
jamás dejó de arropar a los suyos y ahora, sin que suene a balance, expone su
vida en primera persona.
Estas páginas, por tanto, tienen un
claro contenido autobiográfico. Estos son sus valores y sinsabores. Sobra decir
que no hay pretensiones literarias. Acaso quiera el autor, no más, compartir
ese cúmulo de vivencias con cuantos le conocieron y siguieron durante alguna
etapa, con cuantos saben de su dedicación y de su perseverancia. Su barrio
santacrucero, sus juegos, sus familiares, su formación, sus centros de recreo, su
identificación con San Telmo y otros rincones portuenses, sus fichas futbolísticas,
sus traslados, sus vínculos sentimentales, sus hijos, su faceta de dirigente,
su gestión profesional, su ánimo emprendedor, sus experiencias empresariales… y
hasta su actividad de hoy en día. Porque intenciones de retirarse como que no
tiene, pese a que las espaldas están muy cubiertas.
Así lo palpa asomado al balcón de su
oficina en la plaza del Charco desde donde contempla el paso de los turistas y
de los paisanos, o en la urbanización El Tope donde definitivamente ha echado
raíces. En cualquiera de esos sitios, con sonrisa obsequiosa, con esa mirada
sana que le adivinamos siempre, o a través de los anteojos con los que
equilibra algunas dificultades oculares, ve desfilar el caleidoscopio de la
vida, de grana, de blanquiazul, de verdiblanco y de blanquirrojo. De feliz
veterano disfrutando en ambientes y paisajes que hicieron rememorar estampas
gratificantes. Y lo plasma en las páginas que ha escrito con soltura y sin
prejuicios.
Por eso, hoy Julio Santaella Benítez,
Colo, el recio defensor, el hombre curtido, contestaría afirmativamente aquella
pregunta tan directa de los años setenta. Le sobran razones.
(Texto íntegro del prólogo del libro Colo, por Julio Santaella Benítez (Veredalibros), presentado en la noche de ayer en el Real Club Náutico de Santa Cruz de Tenerife).
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