La reanudación de la temporada en los medios de comunicación ha significado la entrada en la escena de algunos fichajes, el cambio de logos en los micrófonos desde los que ahora hablan y la continuidad en sus casas de quienes pueden presumir de veteranía y se convertido en pilares de mantenimiento de audiencias. El proceso está aún a la espera de completarse pero ya se aprecian los perfiles que indican la competencia que, en algunos casos concretos, seguirá siendo feroz.
Como durísima va a resultar la que enfrente, no solo al ámbito mediático en el plano radio/televisión, sino a los participantes en su mayoría contagiados del encono que caracteriza a la aparición de políticos. Difícilmente, eluden alguna identificación ideológica -lo cual no es malo, siempre y cuando se conduzcan por la vía del raciocinio, sean capaces de enhebrar un discurso coherente y aporten datos con los que sustentarlo-, en tanto a menudo se enfrascan en un rifirrafe dialéctico que, cuando se produce, va marchamo de sufrir un corte radical por parte del moderador o una interrupción de esas que llaman la atención de telespectadores o radioescuchas. Lastimosamente, a veces -cada vez más- se pierden las formas y aquello se convierte en una contienda de tono bronquista insoportable.
Alguien se preguntaba días pasados en un artículo de opinión: ¿en una tertulia, es necesario confundir a un sinvergüenza de cloaca con un profesional de la información? La libertad necesita respetar opiniones que tradicionalmente se identifican con la derecha, el centro o la izquierda. ¿Pero tiene eso algo que ver con ofrecerle una pantalla a una persona indecente? Posiblemente la pregunta contenga la clave, o lo que es igual, ahí estriba el pecado original.
Son reflexiones que los consumidores de información -de opinión en este caso-, con sus preferencias, sus inclinaciones y sus fundamentos, deben hacerse si lo que se quiere es defender el valor del periodismo como una columna imprescindible para las sociedades democráticas. La historia nos ha enseñado -podía leerse en el artículo- que cualquier injerencia del poder político acaba convirtiéndose en un peligro para la libertad de expresión. Pero también nos ha enseñado la labor que puede desempeñar un Consejo Consultivo, formado por profesionales de prestigio, que vigile con independencia la dignidad informativa en un amplio escenario de asuntos e intereses.
Y volviendo al principio y a la responsabilidad de la ciudadanía, hay que tener en cuenta un hecho primordial: El buen periodismo cuesta dinero. Si no lo pagamos nosotros, dejamos las manos libres a los que quieren invertir en la manipulación de nuestras opiniones y nuestras conciencias. Por eso resulta también necesario leer y escuchar a los que no opinan como nosotros. Aunque vengan servidas en bandeja de plata, aptas para discrepar. Y duelan, que también.