Nos parece estar viendo la figura egregia de su padre, animando aquella célebre tertulia del antiguo bar “Dinámico” que envolvía media plaza del Charco en el Puerto de la Cruz, en la que debatían y contrastaban posiciones ideológicas los próceres portuenses. Don Luis, que así se llamaba, era una especie de oráculo, hablaba con voz grave y decía cosas rotundas que los niños y escolares seguíamos con atención a cierta distancia. La que marcaban la edad y los usos sociales y el costumbrismo de la época. Don Luis Castañeda era un lector empedernido y escribía colaboraciones en la prensa local de entonces, ‘La Tarde’ principalmente. En cierta ocasión, víspera de San Andres (noviembre 1968), un aluvión causó un muerto e ingentes destrozos materiales, no solo en el Puerto sino en todo el valle y norte de Tenerife. Al día siguiente, el vespertino, que aguardábamos con impaciencia, insertaba una crónica de Castañeda que debe estar en alguna de las numerosas cajas con recortes, gráficas y reproducciones: “Impresiones de una angustiosa noche de vísperas”, se titulaba. La suya, cargada de dramatismo, era una descripción que ponía los pelos de punta: el barranco corriendo, el viento nocturnal, la desembocadura en un mar agitado y teñido de tierra circulando con virulencia desde las medianías, mejor dicho, desde las alturas, algunos bloques de viviendas -aquellas llamadas barriadas- destrozados y la primera prueba de la información boca-oído que circulaba sin cesar, casi como el cauce del barranco San Felipe… Cayó la noche, el frío envolvió la oscuridad, el ruido de la escorrentía era el sonido de fondo de aquel ambiente y el lodo y las piedras fueron acomodándose. Los escolares supimos, mucho más al día siguiente, leyendo la crónica de don Luis que describía el suceso.
Juan Carlos Castañeda, hijo de don Luis, que había sido alcalde de Garachico, debía ser muy niño entonces pero seguro que almacenará los recuerdos asustadizos y las recomendaciones de familiares y vecinos de aquella “angustiosa noche”. Ahora que está próxima su jubilación, después de muchos años implementando un peculiar estilo narrativo a las transmisiones radiofónicas de encuentros deportivos, principalmente los del Tenerife, dentro y fuera, puede sentirse satisfecho de una trayectoria que inició -alternando con los estudios universitarios de Derecho- en la desaparecida ‘Revista Local’, que editaba el Ayuntamiento del Puerto de la Cruz desde los tiempos en que Paco Afonso era su alcalde. Fue su primer empleo. A Juan Carlos le pudo más la vocación periodística heredada, impregnada de un compromiso social, pronto advertido y a lo largo del tiempo casi siempre plasmado en informaciones, entrevistas y conducciones radiofónicas.
Incursionó en varios medios audiovisuales, siguió la estela durante un tiempo de José María García (Antena3) y fue ganándose el aprecio de la audiencia porque había algo de rebelde, atrevido y valiente en aquellos envites de la medianoche en vela o en los almuerzos ‘interruptus’ de los mediodías. Luego fue capaz de imprimir un estilo propio en las transmisiones, especialmente de los encuentros del Tenerife, cuando salpimentaba sus relatos con algunas ocurrencias dialécticas o con expresiones coloquiales -a veces extraídas de una procesión religiosa- memorizadas desde aquellos años en que la Virgen del Carmen portuense reclamaba el fervor de la multitud que se agolpaba antes y después de ser embarcada. Castañeda es y será siempre un cronista, un relator, un periodista, en suma, de extracción popular que también se esmeraba, preparándose, cada vez que le tocaba presentar algún espectáculo o una de esas veladas que dan vida a los festejos de los pueblos.
Algún consejo dimos para que no se estancara, para que probara con asuntos de información general y seguimiento de los vaivenes políticos. Celebramos que lo haya intentado hasta cosechar el éxito, aunque a veces tuviera que contener la vena progresista y acomodarse a líneas editoriales. Pero jamás perdió el espíritu de rebeldía e inconformismo, el que destilaba su padre, don Luis, con aquel vozarrón inconfundible.
Ahora, próxima su jubilación, la emisora a la que dedicó los mejores y más granados afanes, Radio Club Tenerife, le reconoce con una distinción, el primer Teide de Oro honorífico. Cuatro décadas de dedicación inquebrantable, leemos en algún sitio. Coleccionando audiencias, fiel a un estilo, a unas formas, a una garra innata, a un pluralismo practicante. Valiente, decidido y hasta temerario, razonable en cada litigio y en cada discrepancia, Juan Carlos Castañeda no ha sido una voz más de las ondas. Las animó cuando hubo que hacerlo y las enriqueció con su estilo propio, al cabo distinguido.
¡Enhorabuena!