Hay omisiones que duelen. A los
responsables institucionales y de la política turística se les pasó por alto el
cincuenta aniversario de la constitución y puesta en funcionamiento del
Patronato Insular de Turismo al que los empresarios y profesionales le
dispensan mucho aprecio porque cuando cristalizó la iniciativa, con reducidos
recursos presupuestarios, se emplearon con mucho denuedo y emprendieron la
inmensa tarea de promocionar la isla en los cada vez más emergentes y numerosos
mercados. Con razón, se ha desatado el malestar entre quienes se han sentido
relegados.
Se cumplieron cincuenta años de aquellos
primeros pasos que daban Andrés ‘Chicho’ Miranda y José Sabaté Forns,
presidente y vicepresidente del Cabildo Insular, respectivamente. Era la
primera vez que echaba a andar una fórmula administrativa que dejaba espacio a
la iniciativa privada para captar la atención de potenciales viajeros. Era una
suerte de aventura pues de muchos mercados apenas se tenían unos conocimientos
básicos o elementales. La fórmula funcionó durante años. Las campañas se fueron
sucediendo con primor, tanto en la península como en países europeos.
Cincuenta años de los que no ha habido,
que se sepa, una mísera mención pública de reconocimiento a aquellos pioneros,
a los precursores que entendieron bien y pronto el alcance del negocio o de la
industria sin chimeneas, que así se denominaba al sector que crecía y crecía en
busca de una consolidación que encontró las puertas abiertas con el imparable
desarrollo del sur de la isla.
Con la llegada de la democracia y con la revisión
de la normativa local de aplicación, además del nuevo modelo institucional
autonómico, las administraciones locales fueron avanzando y ensayando las
modalidades que, en el ámbito de su competencia, habrían de perfilar su
adaptación y la más ágil respuesta a las
exigencias y operatividad de una industria, de hecho convertida en el sostén
productivo de la economía insular. Hasta cambiaron las denominaciones de esas
nuevas modalidades. La cosa se tecnificó mucho más. Y últimamente, la
digitalización obliga a esfuerzos de imaginación y creatividad.
Pero que se sepa que hubo antecesores y
pioneros, algunos de los cuales aún están entre nosotros. Que cuando los
presupuestos siempre estaban ajustados, había gestores que vivían un día a día
intenso y que las negociaciones para alumbrar nuevos yacimientos se hacían sin
desmayo. Baste recordar las campañas de las “Ibéricas” en territorio
peninsular. El sector público y la iniciativa privada se entendieron muy bien
entonces, con sacrificios y apretones recíprocos.
No merecen el olvido pues quienes
abrieron caminos y enseñaron cómo y por dónde había que conducirse. El Puerto
de la Cruz vivía su esplendor y el sur y los más pequeños núcleos que se abrían
al turismo eran conscientes de lo que estaba en juego, sobre todo desde que la
competencia y la competitividad ya eran factores indisociables.
Un reconocimiento pues, más que merecido,
es de lo más procedente.
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