Es de
esas noticias que las lees un par de aveces, porque no te las crees y porque
necesitas verificar… a ver si es él. O qué le pasó.
En
medio de esta convalecencia que nos ha tocado, dijo adiós Javier Ganivet, cuyo
nombre, en alguna oportunidad, no se sabe bien por qué, escribíamos con equis.
Con
Javier coincidimos, inicialmente, cumpliendo el servicio militar, allí en la
sede de lo que entonces se denominaba el Gobierno, justo al lado de Capitanía.
Él era ya un veterano, a punto de licenciarse. Allí habría llegado, un suponer,
como tantos otros en la época –primera mitad de la década de los setenta- bajo
el manto protector de Luis Guiance Abreu, comandante de Oficinas Militares y
presidente del Real Unión de Tenerife, ‘padrino’ de cientos de jóvenes de la
isla destinados a un llevadero cumplimiento de los deberes militares.
Allí
coincidimos, el tiempo justo para descubrir su vocación artística y creativa.
Era intérprete de ballet. ‘El bailarín’, le decía Guiance. Como buen veterano,
se escaqueaba en los momentos más apremiantes de la jornada y sabía eludir
aquellas obligaciones que sobrevenían. En alguna ocasión se escapaba una o dos
horas para ensayar en el zaguán de una casa de los alrededores.
Ganivet
se conducía con lentitud, espaciadamente. Posiblemente porque era lo que le
inspiraba su vocación artística. Era un observador meticuloso. Se fijaba en los
andares de modelo de cualquier mujer llamativa. Fino, sutil, metódico, hacía
del ballet una verdadera pasión. Cualquier publicación o colección de fotos,
que enseñaba con discreción, era una referencia didáctica.
Al
terminar el servicio militar, nos despedimos. Fue un adiós sin alharacas, como
si estuviésemos ambos seguros de que nos volveríamos a encontrar. Quería montar
una academia de ballet, o algo así.
En el
paso de los años, las circunstancias quisieron que volviéramos a coincidir,
esta vez en cometidos diferentes: él era fotógrafo de prensa (se había
incorporado a Diario de Avisos a finales de los ochenta) y cubría actos
institucionales, en tanto que a uno le correspondía convocarlos, prepararlos y
conducirlos, por aquello del orden y las facilidades para que los
fotoperiodistas –así terminaron denominados y reconocidos- cumpliesen con su
cometido.
En
cada encuentro, o en cada coincidencia, la pregunta se repetía:
-¿Y
te acuerdas cuando…?
En
estos días se ha recordado su destreza en ocasión de la visita de Michael
Jackson y su estancia en el Puerto de la Cruz. Destreza porque plasmó momentos
de esos calificados mágicos, en realidad fruto de la sensibilidad artística que
llevaba en cuerpo y alma.
Hasta
siempre, Ganivet.
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