viernes, 4 de agosto de 2023

Vacío en la plaza

 

El concesionario del quiosco de prensa de la plaza del Charco (Puerto de la Cruz) ha echado el cierre, ha dicho adiós después de un tiempo que le obligó  a interrumpir la actividad desde aquellos ya lejanos tiempos de la pandemia, cuando ese espacio público, médula espinal del sentimiento portuense, aparecía a lo largo del día desnudo y sin alma. La crisis se medía en la plaza por aquel vacío imponente.

El hombre, un joven emigrante de origen subsahariano, se va triste, apesadumbrado, después de tantos años nutriendo a clientes, vendiendo revistas, publicaciones y periódicos de muy distintas nacionalidades, además de chucherías, golosinas, postales, souvenirs y variedad de artículos que servían hasta para un regalo.

(Aún recordamos cuando un domingo al mediodía, junto al inolvidable Carlos Ramos Aspiroz, en el café del mediodía, fiel a su Abc, luego a El Mundo, hicimos una suerte de encuesta contabilizando la cantidad de consumidores de prensa que aún mantenían la costumbre de disfrutar del aperitivo y de la lectura dominical mientras saludábamos al paso de la gente y registrábamos a los compradores que cumplían con aquella especie de rito que, evidentemente, palidecía).

Había menos ejemplares, habían disminuido las publicaciones extranjeras… evidentemente se había perdido o se seguían perdiendo los hábitos por la lectura. El quiosquero afirma que “Internet acabó con todo”. Quedaban los fieles al papel, los tradicionalistas de toda la vida, los últimos de las Filipinas que se resistían a abandonar su oferta impresa, sus páginas cargadas de información y de secciones que daban vida a aquellos mosaicos, “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” y que el profesor Juan de Mairena pidió al alumno en cierta ocasión que fuera, poco menos, que traduciéndolo a lenguaje poético. El alumno respondió: “Lo que pasa en la calle”.  Ambas oraciones vienen a decir lo mismo, pero mientras que la primera es manifestación de un espíritu rebuscado y cursi, la segunda es aceptada como expresión de absoluta claridad y elegancia. No hay elegancia sin sencillez. Ahora bien, la sencillez no debe confundirse con el empobrecimiento, según advertencia explicativa de Marcelino Valero Alcaraz.

El caso es que la plaza se queda sin quiosco de prensa, salvo que la concesión propicie un requiebro tras el cual resurja la actividad y el recinto, tan frecuentado, tan al paso de nativos y visitantes de toda condición social, recobre una de los fundamentos para frecuentar y detenerse de nuevo en  aquella esquina ahora esquilmada porque el papel, uno de los nutrientes de tantos años, se agota sin remedios.

Solo hay que lamentar esta sobrevenida orfandad de la singular y popular plaza portuense, un día de los camarones, otro de significado histórico-político, escenario de vivencias y acontecimientos que sustanciaron su fama y su trascendencia. Lo que va de ayer a hoy: había carritos –ese era el nombre para reconocer e identificar aquellos puntos donde era difícil no encontrar lo que se precisaba-, en donde se vendían centenares y centenares de periódicos, desde la madrugada hasta el anochecer, hasta que la plaza no daba para más. Hoy no queda ni uno donde se pueda comprar una edición impresa.

A este vacío, desde luego, no gusta asistir.

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