La tenacidad de Mari Luz, su tía. El rigor de Nicolás, su amigo. La sensibilidad de Cecilia, su hermana. La mesura de Toño, el compañero leal. Los cuatro, arriba, en el escenario del Teobaldo Power, flanqueados por una reproducción de gran tamaño de la portada y una pantalla donde se proyectaría un audiovisual de su biografía. Al fondo, un retrato en relieve de Domingo.
Once años después de su fallecimiento, Domingo Domínguez Luis recibió el tributo de sus amigos, de sus compañeros, de allegados, de toda la gente que quiso acompañarle en el acto que le hubiera gustado hacer o participar: austero, sin estridencias; sincero, con emotividad ajustada; abierto, con espíritu pluralista; tolerante, con personas de todas las edades y de toda condición.
Domingo estaba allí, hablando con todos. Y nosotros todos, “recordando a Domingo y su condición humana”, feliz subtítulo del volumen, financiado por su familia, cuyas páginas se devoran acaso en una búsqueda existencial.
Porque quedan los testimonios de quienes le trataron y conocieron, La memoria de los otros, primera parte del libro seguida de una esmerada selección fotográfica a la que suceden, bajo el título Desamordazado y regresado (versos de Miguel Hernández), escritos de puño y letra, aquellos que publicó referidos a la cultura y al deporte, los que revelaron su vertiente más intimista, los que reflejaron su pensamiento político y su inquietud social y, finalmente, los que plasmaron su vena poética.
El imponente silencio que seguía al canto de Luis Morera que daba vida al audiovisual donde se veía al Domingo serio y alegre a la vez, continuado por el descarnado rasgueo de su admirado Eric Clapton, era la mejor prueba del afecto que supo granjearse. Era un reconocimiento a su espíritu de lucha, a su probada voluntad de ser útil, a su compromiso con las causas que abrazó, a su afán expresivo de sentimientos, ideas e interpretaciones.
No hacía falta despliegue de cámaras alguno, de alardes azafateados y de ribetes superfluos: para el tributo, para la deuda que había que saldar, estábamos como había que estar, con lo preciso, con los dictados de la memoria y con los episodios redivivos de Domingo, agitados Desde aquel árbol que se mueve, el título de este libro de trescientas cincuenta páginas que son un tributo a una personalidad reñida con el conformismo: “Mientras mis manos no se equlibren y mis dedos no se sometan al temple, a la fortaleza que te ofrecen las mejores situaciones, no cejará mi voz. Mientras tenga sentimientos y ellos me muevan a querer a quién sea, no hay nada ni nadie que me lo impida”, refleja uno de sus escritos publicado en el desaparecido diario La Tarde.
Ahora que la recesión golpea y las incertidumbres se multiplican, ahora que merman por múltiples factores los vientos progresistas, esperamos, como Domingo Domínguez Luis, volver a ver la aurora y la esperanza que verseó Desde aquel árbol que se mueve, desde este libro que pone de relieve que la vida es una pugna constante, una búsqueda sin fin, un relato entrecortado, un camino serpenteante, un ejercicio de solidaridad, una evolución y una gratitud debida, un punto seguido y un punto que nunca debe ser final.
Once años después de su fallecimiento, Domingo Domínguez Luis recibió el tributo de sus amigos, de sus compañeros, de allegados, de toda la gente que quiso acompañarle en el acto que le hubiera gustado hacer o participar: austero, sin estridencias; sincero, con emotividad ajustada; abierto, con espíritu pluralista; tolerante, con personas de todas las edades y de toda condición.
Domingo estaba allí, hablando con todos. Y nosotros todos, “recordando a Domingo y su condición humana”, feliz subtítulo del volumen, financiado por su familia, cuyas páginas se devoran acaso en una búsqueda existencial.
Porque quedan los testimonios de quienes le trataron y conocieron, La memoria de los otros, primera parte del libro seguida de una esmerada selección fotográfica a la que suceden, bajo el título Desamordazado y regresado (versos de Miguel Hernández), escritos de puño y letra, aquellos que publicó referidos a la cultura y al deporte, los que revelaron su vertiente más intimista, los que reflejaron su pensamiento político y su inquietud social y, finalmente, los que plasmaron su vena poética.
El imponente silencio que seguía al canto de Luis Morera que daba vida al audiovisual donde se veía al Domingo serio y alegre a la vez, continuado por el descarnado rasgueo de su admirado Eric Clapton, era la mejor prueba del afecto que supo granjearse. Era un reconocimiento a su espíritu de lucha, a su probada voluntad de ser útil, a su compromiso con las causas que abrazó, a su afán expresivo de sentimientos, ideas e interpretaciones.
No hacía falta despliegue de cámaras alguno, de alardes azafateados y de ribetes superfluos: para el tributo, para la deuda que había que saldar, estábamos como había que estar, con lo preciso, con los dictados de la memoria y con los episodios redivivos de Domingo, agitados Desde aquel árbol que se mueve, el título de este libro de trescientas cincuenta páginas que son un tributo a una personalidad reñida con el conformismo: “Mientras mis manos no se equlibren y mis dedos no se sometan al temple, a la fortaleza que te ofrecen las mejores situaciones, no cejará mi voz. Mientras tenga sentimientos y ellos me muevan a querer a quién sea, no hay nada ni nadie que me lo impida”, refleja uno de sus escritos publicado en el desaparecido diario La Tarde.
Ahora que la recesión golpea y las incertidumbres se multiplican, ahora que merman por múltiples factores los vientos progresistas, esperamos, como Domingo Domínguez Luis, volver a ver la aurora y la esperanza que verseó Desde aquel árbol que se mueve, desde este libro que pone de relieve que la vida es una pugna constante, una búsqueda sin fin, un relato entrecortado, un camino serpenteante, un ejercicio de solidaridad, una evolución y una gratitud debida, un punto seguido y un punto que nunca debe ser final.
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