sábado, 17 de octubre de 2020

ÓLEOS HIPERREALISTAS

 

Santiago Melián canta. Y también pinta, como quizás algunos de ustedes descubran esta noche.


Si para la música está dotado, para la pintura no digamos. Un artista polifacético pues. El hombre que acerca o une dos archipiélagos, surcando dos océanos, con su arte, con sus creaciones, con su búsqueda y su experimentación.


La luz y el color, la naturaleza de dos territorios insulares tan distantes. La paisajística dotada del hiperrealismo que termina siendo mágico, poderoso, ambicioso, apto para el abrazo y las ganas de integrarse en sus trazos y en sus colores.


A los más profanos en la materia pictórica --leemos en el blog de la tienda del artista.com-, hay algo que les puede resultar muy llamativo y es cómo sobre lienzos en blanco los artistas van desarrollando su ingenio y su inspiración y van consiguiendo poco a poco auténticas obras de arte, no solo por la calidad pictórica sino porque consiguen transmitir fielmente la sensación que está impresa en el cuadro de una manera muy real. De ahí el título de esta intervención, Óleos hiperrealistas.


Aquí y ahora, al hablar de lienzos en blanco y de realidades, toca explicar algo de un estilo que nunca deja indiferente a nadie, el hiperrealismo, también conocido como superrealismo, fotorrealismo o realismo fotográfico.


Por la fuente citada, sabemos que esta corriente surgió allá durante la década de los años 60, donde se buscó mantener a la pintura en conexión con la fotografía; mejor dicho, con la visión fotográfica. Uno de los propósitos del superrealismo es acercarnos a una supuesta objetividad visual, especialmente en lo que se refiere a la representación de retratos y/o fotografías de paisajes, escenas cotidianas, objetos o incluso la muerte.



Algunos críticos dicen que es una técnica verdaderamente impresionante que más impresiona aún cuando se ve trabajar a un pintor de estas características, “auténticos artistas que tienen tal control sobre sus herramientas y pinturas, que es prácticamente imposible distinguir cuál puede ser una fotografía y cuál puede ser su propia interpretación de la misma”.


Sobra decir que tras estos cuadros hay muchas horas de intenso trabajo. Si el artista es escrupuloso, como es el caso, la dedicación se acentúa en busca del mejor acabado. Una obra hiperrealista es uno de los mayores triunfos de la representación del artista en sí. El estilo llama la atención, por supuesto. Dicho en términos llanos: es como si el autor plasmase lo que ve con sus ojos y estos fuesen cámaras de fotos que registran el momento. Se mire por donde se mire, impresiona.


Ese cuadro del Teide majestuoso sirve de ejemplo, con sus retamas, la nieve y la roca conjugando la inmensidad naturalista.


Santiago Melián rinde homenaje a la naturaleza, como ya lo hiciera hace un par de años, empeñado en que descubriéramos la biodiversidad de Hawaii, ahora con nuevos cuadros que plasman el frío ventoso y la atmósfera lluviosa donde las palmeras cimbreantes libran una sugerente pugna porque quieren seguir allí.


No menos llamativa la tonalidad amarilla-naranja descubierta en una tarde cualquiera en la que hasta las tortugas salieron a saludar. Ellas reflejan el trabajo chinesco del que, con toda modestia, habla el pintor a sus allegados.


Pero la suya es también la naturaleza de Anaga, de la Punta del Hidalgo donde nació, desde donde se ve otra isla y donde, aún con los rezos del padre Damián en la memoria, escruta el paisaje con admirable trazo filigranesco para señalarnos que el Roque de las ánimas era “otro dedo de Dios” y que Tachero bien merecía asociarse al título de una novela premiada. O que la perfecta alineación de las piedras es un guiño al perfeccionismo.

La colección retrata enclaves insólitos, rincones desconocidos, acantilados soberbios que han visto cómo la mano del hombre quiere dejar su marca o estampas rurales llamadas a la inmutabilidad o la vegetación que ofrece una secuencia que es una sinfonía polícroma, allí donde la generosidad naturalista, en fin, desborda toda su copiosidad que Melián refleja concienzudamente, sin dobleces o giros artificiales.


¿Y los cielos? ¿Han reparado ustedes en las nubes, en esa volatilidad, cuyas formas va dibujando el artista con exquisita pulcritud hasta dejar la luz exacta? Hay verdaderos alardes con los que entonar los contrastes. Una firma, de frecuente aparición en sitios especializados de la red, Milena Fulana, señala los colores vivos, los dibujos complejos, las composiciones alineadas y bien estructuradas como sólidos elementos visuales que requiere el hiperrealismo para alcanzar sus objetivos: tener más vida que su propia realidad. La gama de luces es sobresaliente.


Es normal que el entorno natural, el de aquí, el de nuestras islas, y el de Hawaii, apasionen a un Santiago Melián nacido para crear e interpretar. El caminante incansable, el hombre que modula su voz para que los auditorios contengan la respiración y que representa en los lienzos, para la eternidad artística, las visiones naturalistas dignas de aprecio.


El mar, las nubes, el volcán, los riscales, caminos, los bosques, la frondosidad… hacen de la paisajística del artista un hecho singular. Nuestras islas pero también Muanalua (el parque que pintó soñando), Honolulu, Maui y Kahala. Durante muchos años, pacientemente, mientras timple y ukelele sembraban su armonía, sus pinceles han moldeado un estilo propio que ya es inconfundible, incluso para quienes acaban de descubrirlo. Se diría que han ido confluyendo, atraídos por la belleza de los territorios insulares donde han convivido, aprovechando el tiempo pero también captando como pocos sus encantos, hasta acercarlos, para descubrir las similitudes y sus atractivos.


Hasta aquí, hasta Buenavista del Norted, hasta donde la isla exprime su belleza, Santiago Melián ha traído su original e hiperrealista lenguaje pictórico. Esa belleza, como la verdad, “está en relación con el momento en que se vive y para la persona que pueda comprenderlo”, dijo Gustave Coubert, el pintor francés máximo representante del estilo realista, autor del polémico cuadro ‘El origen del mundo’.


Un momento para disfrutar y para que los humanos lo gocen a plenitud.


(Texto leído en la presentación de la exposición de Santiago Melián, en la sala "Granero", de Buenavista del Norte).


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