Al mediodía de ayer, en la Peña de Francia y en el cementerio católico de San Carlos, en el Puerto de la Cuz, recibieron cristiana sepultura los restos mortales de Alfredo García Hernández, un portuense protagonista de múltiples vivencias, unas cuantas circulantes en el imaginario popular, entre varias generaciones, y otras muchas deformadas por las exageraciones y añadidos que servían para redondear los relatos que seguían a los cuentos. No pudo ver el encuentro europeo de anoche, primero de una eliminatoria en la que había volcado no pocas ilusiones, como hacía siempre, soñando y aspirando de rojiblanco, de colchonero. Para él, ir a remolque no fue nunca señal de abatimiento.
Alfredo, popularmente reconocido como ‘Alfredín’, era hijo de un matrimonio ejemplar, don Alfredo y doña Loreto, propietarios de una venta de ultramarinos en las proximidades de la plaza de la Iglesia, junto al despacho parroquial. De ‘Alfredín’ se cuenta que disfrutó de una adolescencia generosa en atenciones familiares mientras desesperaba a algunos profesores (en cierta ocasión Roger Montes de Oca terminó carcajeando, después de preguntarle tropecientas veces la ecuación de los gases perfectos), probó en los equipos juveniles de fútbol de entonces, se aficionó desde muy joven al Atlético de Madrid (hasta el punto de presumir de contactos y amistades con algunos de sus técnicos y componentes), se hizo profesional de la hostelería, era interventor de mesa habitual en las jornadas electorales y se relacionó con dirigentes políticos y sindicalistas, cuyos círculos frecuentaba.
Pero hay un lance que identificó a ‘Alfredín’ para los restos: el célebre penalti, el penalti de ‘Alfredín’. Es de los episodios más comentados del fútbol portuense. Quienes lo presenciaron, aún lo comentan con fruición. Es, en ese sentido, algo más que una anécdota, hasta el punto de que aún hoy, cuando algún jugador yerra el lanzamiento o lo hace de forma muy defectuosa, siempre se escucha: ‘”El penalti de Alfredín”.
El caso es que Jugaban en El Peñón dos equipos locales de aficionados. Eran frecuentes esos partidos en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Hasta hubo campeonatos. En uno de esos encuentros, muy competido e igualado según cuentan, Celestino Padrón Molina (q.e.p.d.), que solía jugar de extremo izquierda y que con el paso de los años, por tal razón, fue popularmente conocido como Ormaza, en alusión a un extremo zurdo del Athletic Club de Bilbao, fue derribado dentro del área. El árbitro señaló lo que durante muchos años se llamó máxima pena.
Mientras
Padrón se dolía en la cancha y era atendido (“¡Ay, mi vientre;
Ay, mi vientre!”, se escuchaban sus lamentos), los demás jugadores
discutían quién lanzaba el penalti. Al final, se decidió -o
decidieron- que fuera Alfredo García Hernández, el más que popular
‘Alfredín’, que era corpulento y despejaba con contundencia.
Además, lucía un calzado puntiagudo, con tacos en forma de chasis,
muy propio para los campos de tierra.
En medio de la natural expectación, con el portero bajo palos y los demás futbolistas al borde del área, por lo que pudiera pasar, ‘Alfredín’ colocó el balón, tomó carrerilla y procedió al lanzamiento, Unos dicen que con la pierna izquierda y otros, con la derecha. Da igual, porque lo cierto es que lo hizo con tal fuerza y con tal potencia que no solo se marchó por encima de la portería sino que traspasó los límites del campo.
Dicen que a Celestino Padrón se le quitaron de golpe todos los dolores cuando vio que aquella oportunidad de ganar el juego se había esfumado… por culpa de ‘Alfredín’. Y que al lanzador le cayó toda suerte de reproches al terminar el partido. Alguien apuntó que había sido por aquellas botas relucientes y puntiagudas. Lo cierto es que surgieron chanzas y bromas sin cesar. Durante mucho tiempo, durante décadas han estado circulando.
“El balón fue a parar al “risco Moris”, era una de ellas. “Todavía están buscando el balón”, dijeron otros. “Aún no ha caído la pelota”, apuntan con inevitable sonrisa. “Se desinfló en el aire del punterazo que le pegó”, bromearon terceros.
Probablemente, haya sido uno de los lances más singulares del fútbol portuense. No tuvo la trascendencia de los que han fallado jugadores internacionales; pero las circunstancias permiten recordarlo, sin querer comparar, con generosidad anecdótica.
Por ese lance y por otras muchas cosas, te recordaremos, Alfredín.
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