Agradecemos,
en primer lugar, a la autora y al Instituto de Estudios Hispánicos
de Canarias, la oportunidad de introducir esta novela, ‘Todas las
nubes’ (Nectarina Editorial, 2025), la primera de María Nieves
Pérez Cejas (Puerto de la Cruz, 1975), que resultó ser finalista el
pasado año del premio de novela Benito Pérez Armas de la Fundación
CajaCanarias y narra la historia de Greta, una agente de la Guardia
Civil, una mujer de fuerte carácter y presencia imponente que no
pasa inadvertida.
Sin
embargo, su vida personal dista mucho de ser sencilla: debe criar
sola a un hijo cuyo padre no lo ha reconocido, un hombre que continúa
influyendo negativamente en su vida.
La
historia se inicia con el traslado de tres reclusas desde la isla a
bordo de un barco, misión que Greta realiza junto a su compañero
Romeo Roque, un guardia civil en prácticas, inexperto, inseguro y
propenso a marearse desde la infancia.
La
trama se desarrolla en torno a una operación de contrabando de
piedras preciosas expulsadas por un volcán submarino activo. En esta
red ilegal están implicados diversos personajes singulares: un
excéntrico capitán de barco, apodado por Greta como "La
Nariz", un extranjero procedente de Sarajevo llamado Mathias, y
el ex amante de Greta, cuya identidad permanece sin ser mencionada
directamente y que además es el padre de su hijo.
Con
el volcán como telón de fondo, la autora entrelaza los
acontecimientos —fortuitos o no— que conducen al descubrimiento
de las actividades ilícitas vinculadas al comercio de gemas,
encubiertas bajo el negocio aparentemente inocente de inmersiones
turísticas al cráter submarino.
La
autora demuestra una notable meticulosidad en la construcción y
descripción de los personajes, logrando dotarlos de una profundidad
tal que el lector no solo los comprende, sino que empatiza con ellos.
Este ejercicio de caracterización se refleja especialmente en las
tres mujeres reclusas -Laura Deisy, Rosario y María del Carmen-,
cuyas historias personales son presentadas con sensibilidad y
detalle, revelando los motivos que las condujeron a prisión. Lejos
de esbozarlas como meras delincuentes, la narración ofrece una
visión humana y compleja de sus vidas, cargada de matices y
contradicciones. Es lo que la escritora denomina indefinición
consciente: “Hay algunos [personajes] que parecen estar definidos
por el bien, por lo bueno, por la bondad, mientras que otros serían
justo sus opuestos”, expone Pérez Cejas. “Sin embargo, hay
momentos en los que esa oposición desaparece, en los que esa
división entre lo bueno y lo malo se diluye”, precisa.
Durante
el traslado de las reclusas en barco, la autora aprovecha para
mostrarnos otra faceta de Greta: su humanidad. En dos ocasiones,
libera momentáneamente a dos de las presas de sus celdas,
otorgándoles breves instantes de libertad. Primero a María del
Carmen, la “Dorremí”, a quien lleva a cubierta para que sienta
el aire salado del mar, bajo el pretexto de que solo pedía un café.
Luego a Rosario, la gitana de piel aceitunada, a quien invita a la
cena de gala del capitán en sustitución de Romeo, que se encontraba
indispuesto debido a los vaivenes de las olas. Estos gestos no solo
relevan la empatía de Greta, sino también su capacidad para
entender que, en ocasiones las circunstancias vitales pueden
conducirte a tomar decisiones erróneas. Al mismo tiempo, muestran
una Greta decidida, audaz, incluso temeraria, capaz de traspasar los
límites de la legalidad cuando su instinto así lo dicta.
Esa
misma impulsividad se manifiesta cuando, al recibir la resolución
judicial que dictamina una custodia compartida con el padre ausente
de su hijo, Greta toma la determinación de no entregarlo. La
decisión, aunque cuestionable desde el punto de vista legal, se
presenta como una reacción comprensible y profundamente humana ante
una situación de injusticia emocional.
Con
el desarrollo de los personajes femeninos, la autora propone una
exploración de la mirada femenina como eje articulador del relato.
Tal como ella misma señala, su intención ha sido otorgar a las
mujeres una presencia significativa dentro de la narración, en tanto
representan una forma particular de comprender la vida y de
establecer vínculos con los demás. Esta perspectiva surge, además,
de su propia experiencia vital y de su entorno más cercano: “Soy
mujer, tengo muchas amigas y no deja de llamarme la atención cómo
viven sus historias”, afirma.
Mención
destacada merece Romeo Roque, el compañero novato de Greta. En sus
inicios es retratado como un joven al inmaduro, que vive aún con su
madre y parece más preocupado por causarle orgullo a ella que por
cumplir con las exigencias de su profesión. Sin embargo, a lo largo
de la trama, Romeo experimenta una evolución significativa: crece en
confianza, agudiza su instinto policial y, finalmente, desempeña un
papel clave en el descubrimiento de la red de contrabando que operaba
en el pantalán número 5 del muelle.
Otro
personaje determinante es el ex amante de Greta, padre de su hijo y
principal fuente de su sufrimiento emocional. La autora lo perfila
como un hombre con un instinto mujeriego y un ego devastador. A
través de episodios particularmente intensos -como la escena en la
que Greta descubre sus infidelidades al leer los mensajes de su
teléfono, o aquella en la que, en pleno parto, él la humilla
diciendo: “Greta,
ay, Greta, si que nada sabes, mujer inútil, nada entiendes, si que
por no saber, no sabes ni parir”-
el lector experimenta una cascada de emociones: odio, repulsión,
rechazo hacia él, y compasión, pena y solidaridad hacia ella. Esta
carga emocional alcanza su punto álgido cuando él, tras años de
ausencia, pretende recuperar la custodia de su hijo. La angustia de
Greta se transmite de forma tan visceral que resulta imposible no
sentirla como propia.
De
esta historia hay que hablar también de Dalibor, un hombre
que llega a la isla escapando de una ciudad que estaba siendo
devastada por la guerra: Sarajevo. Su presencia está marcada por una
fuerza silenciosa y por unos ojos azules que no pasan desapercibidos,
especialmente para Greta, a quien logra cautivar desde su primer
encuentro. Coinciden por casualidad -o al menos eso parece- al
sentarse juntos en un vuelo con destino a la isla. A partir de ese
momento, una serie de encuentros aparentemente fortuitos comienzan a
entrelazar sus caminos, aunque con el tiempo se hace evidente que
ambos, impulsados por una atracción mutua, buscan provocarlos con la
excusa del azar.
Dalibor
desempeña un doble papel en la narración: es, por un lado, una
pieza clave -aunque no completamente consciente de ello- en la
resolución de la trama del contrabando de piedras preciosas; y, por
otro, el catalizador que devuelve a Greta la esperanza, el deseo; y,
en última instancia, la capacidad de volver a sentir. La relación
entre ambos en intensamente pasional, marcada por una atracción
física que no solo despierta en Greta emociones largamente
reprimidas, sino que activa en ella una especie de renacimiento
personal. En este sentido, la pasión entre Greta y Dalibor establece
un potente paralelismo simbólico con la erupción del volcán
submarino: una fuerza interna que llevaba su tiempo acumulándose y
que finalmente estalla, transformando todo a su alrededor. Dalibor no
solo representa el alivio moral o emocional de Greta, sino también
una figura de redención en una historia plagada de heridas,
traiciones y cicatrices.
No
solo los personajes están cuidadosamente delineados; también lo
están los escenarios. La descripción de los paisajes, y en
particular del volcán submarino y su entorno, está elaborada con
tal precisión que permite al lector situarse mentalmente en el
lugar. Las excursiones submarinas son narradas con una riqueza
sensorial que convierte el entorno volcánico -ese desierto de tonos
ocres, silencioso, inhóspito, salpicado de burbujas de sulfuro- en
un escenario casi tangible: “Un
entorno que, de pronto, se había convertido en un páramo, en un
desierto de sal y de burbujas de sulfuro”.
La
autora, en fin, entreteje todos estos elementos con gran destreza,
construyendo una narración ágil y absorbente, que mantiene al
lector en vilo. La constante amenaza de una erupción volcánica
añade un trasfondo de tensión que se intensifica hasta el final,
logrando que el lector no pueda abandonar la lectura hasta conocer el
desenlace.
Y,
finalmente, se alcanza un cierre que bien podría definirse como
feliz, aunque matizado por la imperfección inherente a la vida real.
Si bien algunos personajes, como la “Dorremí”, encuentran un
final trágico, otros -como Rosario y la propia Greta- experimentan
una forma de redención y justicia, especialmente tras el
encarcelamiento del ex amante y la posterior paliza que recibe en
prisión, símbolo de una venganza cumplida. A través de la
caracterización de los personajes principales, es posible advertir
un proceso de evolución y maduración, el cual ha sido explicitado
por la autora al afirmar: “Los personajes evolucionan, y, en ese
proceso, la madurez que adquieren responde en buena medida a las
relaciones que establecen unos con otros, que al principio pueden
parecer azarosas”.
La
autora apunta: “Es una novela caleidoscópica, de personajes que,
según aparecen, da la impresión de que no tienen nada que ver unos
con otros, que cada uno de ellos no se ubica junto al resto”.
“Y
sin embargo, comienzan a surgir vínculos, afectos, que van modulando
esa madurez”. De manera que en ‘Todas las nubes’ podría
decirse que hay un viaje a través de dos caminos: el existencial y
el emocional”, apostilla Pérez Cejas.
El
lector cierra el libro con una sensación de alivio y satisfacción,
consciente de que, aunque no todo ha salido bien, lo esencial se ha
restaurado: el equilibrio emocional de una mujer que ha luchado -y
vencido- en medio del caos.
Gracias
otra vez. Y que sea el primero de muchos éxitos bibliográficos.
N.del A.- Texto leído en la presentación de la novela 'Todas nubes', de Mari Nieves Pèrez Cejas, que tuvo lugar el pasado viernes 3 de octubre en el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias (IEHC)