Héctor Núñez debió ser el primer entrenador de fútbol con el que establecimos una relación estrecha y respetuosa cuando hacíamos periodismo deportivo. Le conocíamos cuando coleccionábamos cromos y era jugador del Valencia, extremo derecha. Unos años después, en Radio Popular y en La Tarde, hablábamos con él casi a diario. Era el primner responsable técnico del Club Deportivo Tenerife.
Una larga y penosa enfermedad ha puesto fin a su vida, deportivamente ligada al Nacional de Montevideo, al Atlético de Madrid, al Rayo Vallecano, a Las Palmas y al propio Valencia, entre otros equipos. También fue seleccionador de Uruguay, su país natal.
En el Tenerife, Héctor fue consciente de las limitaciones con que contaba, no sólo las económicas del club, sino las físicas: la cancha del Rodríguez López se encontraba en un estado penoso y para colmo no había alternativa donde ejercitarse. Como era un obseso de la combinación, con el juego raso, se enervaba casi hasta el descontrol cuando sus jugadores pateaban y preferían la entrega larga. En cierta ocasión, tras un triunfo angustioso, respondió a nuestras preguntas que “la cancha es infame y resulta milagroso que mis jugadores puedan dar tres pases seguidos”.
En otra oportunidad, nos explicó el porqué de la dotación técnica de los futbolistas canarios: “Cuando empiezan a jugar, lo hacen en descampados, en calles o solares, de tierra o de piedra. Eso les hace particularmente cuidadosos con el manejo de la pelota y sobresalen en el toque, pero no tanto con su condición física pues se acostumbran a la estrechez y son poco sacrificados”.
Era, desde luego, un buen teórico. Y un pertinaz observador del fútbol de las categorías inferiores. Saboreaba las victorias. Después de una por la mínima, lograda en el último suspiro, cuando le preguntamos por el partido siguiente en la península y las posibilidades de escalar en la tabla, manifestó: “Déjame que disfrute de este triunfo por lo menos unos minutos, que ya habrá tiempo de volver a sufrir”.
Dirigió al Tenerife en dos ocasiones. En la primera, temporada 1971-72, reemplazó en el banquillo a García Verdugo en la segunda vuelta. Pese a un mal debut en Santander (4-1), logró estabilizar al equipo que encadenó varios triunfos y terminó en la zona media de la tabla. Curioso: no le renovaron y en el ejercicio 1972-73 también recurrieron a sus servicios, esta vez para sustituir a Iñaki Eizaguirre, al mes de iniciada la competición. Esa temporada fue tan turbulenta que acabó el equipo albiazul disputando la promoción de permanencia. En junio de 1973, ganó en la ida (6-2) al Ensidesa. Ahí estábamos, junto a César Fernández Trujillo, relatando la goleada en el foso de la Cope en el Rodríguez López. La vuelta (0-0) fue más bien plácida. El punto final de Héctor Núñez en el Tenerife.
Años después, coincidimos en un hotel capitalino, cuando el Tenerife apuraba sus opciones de ascenso. Nos saludó afectuosamente y lanzó su mensaje: “¡Qué bien! El año próximo, cronistas de Primera”. No resultó, desde luego.
Seguimos siempre su trayectoria en los equipos que dirigió, con desigual suerte. Un buen hombre, un enamorado del fútbol, un profesional íntegro del que aprendimos no pocas cosas.
Descanse en paz.
Una larga y penosa enfermedad ha puesto fin a su vida, deportivamente ligada al Nacional de Montevideo, al Atlético de Madrid, al Rayo Vallecano, a Las Palmas y al propio Valencia, entre otros equipos. También fue seleccionador de Uruguay, su país natal.
En el Tenerife, Héctor fue consciente de las limitaciones con que contaba, no sólo las económicas del club, sino las físicas: la cancha del Rodríguez López se encontraba en un estado penoso y para colmo no había alternativa donde ejercitarse. Como era un obseso de la combinación, con el juego raso, se enervaba casi hasta el descontrol cuando sus jugadores pateaban y preferían la entrega larga. En cierta ocasión, tras un triunfo angustioso, respondió a nuestras preguntas que “la cancha es infame y resulta milagroso que mis jugadores puedan dar tres pases seguidos”.
En otra oportunidad, nos explicó el porqué de la dotación técnica de los futbolistas canarios: “Cuando empiezan a jugar, lo hacen en descampados, en calles o solares, de tierra o de piedra. Eso les hace particularmente cuidadosos con el manejo de la pelota y sobresalen en el toque, pero no tanto con su condición física pues se acostumbran a la estrechez y son poco sacrificados”.
Era, desde luego, un buen teórico. Y un pertinaz observador del fútbol de las categorías inferiores. Saboreaba las victorias. Después de una por la mínima, lograda en el último suspiro, cuando le preguntamos por el partido siguiente en la península y las posibilidades de escalar en la tabla, manifestó: “Déjame que disfrute de este triunfo por lo menos unos minutos, que ya habrá tiempo de volver a sufrir”.
Dirigió al Tenerife en dos ocasiones. En la primera, temporada 1971-72, reemplazó en el banquillo a García Verdugo en la segunda vuelta. Pese a un mal debut en Santander (4-1), logró estabilizar al equipo que encadenó varios triunfos y terminó en la zona media de la tabla. Curioso: no le renovaron y en el ejercicio 1972-73 también recurrieron a sus servicios, esta vez para sustituir a Iñaki Eizaguirre, al mes de iniciada la competición. Esa temporada fue tan turbulenta que acabó el equipo albiazul disputando la promoción de permanencia. En junio de 1973, ganó en la ida (6-2) al Ensidesa. Ahí estábamos, junto a César Fernández Trujillo, relatando la goleada en el foso de la Cope en el Rodríguez López. La vuelta (0-0) fue más bien plácida. El punto final de Héctor Núñez en el Tenerife.
Años después, coincidimos en un hotel capitalino, cuando el Tenerife apuraba sus opciones de ascenso. Nos saludó afectuosamente y lanzó su mensaje: “¡Qué bien! El año próximo, cronistas de Primera”. No resultó, desde luego.
Seguimos siempre su trayectoria en los equipos que dirigió, con desigual suerte. Un buen hombre, un enamorado del fútbol, un profesional íntegro del que aprendimos no pocas cosas.
Descanse en paz.
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