Hace algo más de un año, escribimos que entre las aristas incomprensibles que suelen ofrecer algunos casos sometidos a la administración de justicia y de notable repercusión mediática, llama la atención que algún imputado entable acciones contra el magistrado que investiga, diligencia o instruye. Si el asunto es de naturaleza política, es normal que se quiera aumentar la revoltura desarrollando una estrategia con una finalidad muy clara: sembrar el proceso de todos los vicios y todas las dudas posibles y anularlo. Entonces, todos los recursos formales y tácticos al alcance son válidos, aunque uno de ellos sea denunciar al mismísimo juez que acusa. O sea, el acusado se convierte en acusador. La vuelta de tuerca que ha significado el reciente anuncio de ver al juez Baltasar Garzón en el banquillo chirría al contrastarse que este hecho sucederá antes de que sean enjuiciados los presuntos delincuentes a los que el juez imputa en el conocido caso Gürtel, de presunta corrupción política. Pero la siembra va dando frutos y hay personas y poderes que han arriesgado y han invertido lo suyo como para estar desatentos llegada la hora de la cosecha. Poco parece importar que la actuación de Garzón, ordenando, conforme a disposiciones legales, la grabación de las conversaciones de los imputados con sus abogados, haya sido avalada por su sustituto en la instrucción del citado caso y otras autoridades judiciales. Pero la interpretación de que las escuchas son una extralimitación procesal hasta meterse de lleno en las coordenadas de la prevaricación, hecha por mayoría en el seno del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, sitúa a Baltasar Garzón en el banquillo. Es probable (por no decir seguro) que con otros protagonistas, la suerte hubiera sido distinta pero para llegar a decir misión cumplida este paso era determinante. Que el juez comparezca desde el banquillo de los acusados por intentar conseguir más evidencias contra algunos imputados en la trama Gürtel, aún sin juzgar, es una de las más flagrantes paradojas que se recuerda, sobre todo en el ámbito judicial. En cualquier caso, pendientes ahora de la resolución, es la simbología lo que más importa a los enemigos del juez: verle en el banquillo, lo que eso significa. Y quienes eso pretendían y eso ensalzan, sin importarles la trascendencia ni el propio funcionamiento de la justicia, saben muy bien el valor que tal hecho encierra antes de que el caso principal y otros casos (el de la represión franquista, por ejemplo) sean juzgados. De héroe a villano no hay más que un paso. Garzón lo está experimentando en carne propia después de haber anticipado, él mismo, una implacable estrategia de “desprestigio, acoso y desautorización” de su tarea jurisdiccional. En ella han intervenido, directa o indirectamente, desde dentro o desde ciertos altavoces mediáticos, quienes en su día le subieron al olimpo de la persecución a quienes deducían -porque políticamente interesaba- detrás de actuaciones criminales al margen del Estado de derecho. Garzón, en sus horas más difíciles e inciertas, ha logrado concentrar notables afectos y simpatías populares pero debe ser consciente de que “la derecha española nunca pierde en los tribunales” (Federico Abascal dixit). Y cuando parece que cierta simbología es sacudida o se tambalea, todas las vueltas de tuerca que hagan falta. Faltaría más.
lunes, 18 de abril de 2011
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