Escribe Miguel Hernández en valletaoro.com un tan breve como atinado análisis sobre la próxima cita electoral en La Orotava, municipio en el que concurren hasta cinco, cinco organizaciones de izquierdas. Ni más ni menos. Es fácil, según el autor, deducir el resultado: proseguirá la hegemonía de Coalición Canaria, a la que no desgastan -¿por qué será?- tantos años en el poder.
Este párrafo de Hernández lo explica todo: “Al igual que en ocasiones anteriores -¡y ya van diez!- cada uno de los grupos acentúa su peculiar, exclusivo, singular y único proyecto, al tiempo que, por un lado, señala su acendrada disposición a abanderar la unidad de las fuerzas progresistas y, por otro, culpa a los otros del fracaso de esa inalcanzada unidad: ¡una historia que, por repetida, aburre!”.
En La Orotava, donde no ha habido una transición política, la izquierda -las izquierdas- son la crónica de una fragmentación ruinosa, electoralmente hablando. Y es curioso, porque en elecciones legislativas, los resultados son disímiles. Es decir, el mismo electorado distingue perfectamente sus preferencias. Pero en llegando a lo local, el depósito de confianza es siempre el mismo.
Llamativo también que, después de tantos años -se supone que de tantas enseñanzas- los adversarios políticos no hayan sido capaces de disponer una mínima estrategia para intentar acabar con esa hegemonía. Miren que van candidatos, miren que van programas, miren que van proyectos pero… eso, entre la dispersión y los personalismos, carne de fracaso electoral.
Los independientes locales, primero; y los insularistas, después, coparon el espacio a partir de sus mayorías. Se lo arrebataron a los conservadores que, salvo tímidos avances en el casco, se han decantado por la opción que mejor podía defender sus intereses. Ni en las mejores rachas del Partido Popular ha corrido peligro el predominio de lo que hoy es Coalición Canaria.
Y por la izquierda, todo lo demás. Ni siquiera el cambio generacional o la incorporación de políticos más jóvenes han representado un incentivo. El PSOE, arrastrando sus penurias desde aquellas primeras elecciones y sus secuelas de luchas intestinas. No ha sabido o no ha podido siquiera encabezar un proyecto básico de unidad progresista. Es más, otras siglas llegaron en el pasado a disponer de más concejales que la representación socialista.
Y esa es otra: el ejercicio de oposición también ha dejado mucho que desear. Se supone que, con iniciativas propias y con una fiscalización adecuada, dado el paso del tiempo, debía ir ‘in crescendo’, se podría ir mermando la capacidad y el espacio de quien detentaba el poder político. Pues no: salvo contadas excepciones en casos muy concretos, la oposición no ha hecho mella.
Total: la progresía -superar la fragmentación es la primera asignatura- debe aprender. De sus propias experiencias y de sus propios errores. No puede ocurrir que, convocatoria tras convocatoria, salga derrotada de antemano y se resigne por los siglos de los siglos de los siglos.
Este párrafo de Hernández lo explica todo: “Al igual que en ocasiones anteriores -¡y ya van diez!- cada uno de los grupos acentúa su peculiar, exclusivo, singular y único proyecto, al tiempo que, por un lado, señala su acendrada disposición a abanderar la unidad de las fuerzas progresistas y, por otro, culpa a los otros del fracaso de esa inalcanzada unidad: ¡una historia que, por repetida, aburre!”.
En La Orotava, donde no ha habido una transición política, la izquierda -las izquierdas- son la crónica de una fragmentación ruinosa, electoralmente hablando. Y es curioso, porque en elecciones legislativas, los resultados son disímiles. Es decir, el mismo electorado distingue perfectamente sus preferencias. Pero en llegando a lo local, el depósito de confianza es siempre el mismo.
Llamativo también que, después de tantos años -se supone que de tantas enseñanzas- los adversarios políticos no hayan sido capaces de disponer una mínima estrategia para intentar acabar con esa hegemonía. Miren que van candidatos, miren que van programas, miren que van proyectos pero… eso, entre la dispersión y los personalismos, carne de fracaso electoral.
Los independientes locales, primero; y los insularistas, después, coparon el espacio a partir de sus mayorías. Se lo arrebataron a los conservadores que, salvo tímidos avances en el casco, se han decantado por la opción que mejor podía defender sus intereses. Ni en las mejores rachas del Partido Popular ha corrido peligro el predominio de lo que hoy es Coalición Canaria.
Y por la izquierda, todo lo demás. Ni siquiera el cambio generacional o la incorporación de políticos más jóvenes han representado un incentivo. El PSOE, arrastrando sus penurias desde aquellas primeras elecciones y sus secuelas de luchas intestinas. No ha sabido o no ha podido siquiera encabezar un proyecto básico de unidad progresista. Es más, otras siglas llegaron en el pasado a disponer de más concejales que la representación socialista.
Y esa es otra: el ejercicio de oposición también ha dejado mucho que desear. Se supone que, con iniciativas propias y con una fiscalización adecuada, dado el paso del tiempo, debía ir ‘in crescendo’, se podría ir mermando la capacidad y el espacio de quien detentaba el poder político. Pues no: salvo contadas excepciones en casos muy concretos, la oposición no ha hecho mella.
Total: la progresía -superar la fragmentación es la primera asignatura- debe aprender. De sus propias experiencias y de sus propios errores. No puede ocurrir que, convocatoria tras convocatoria, salga derrotada de antemano y se resigne por los siglos de los siglos de los siglos.
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