martes, 19 de abril de 2011

OTROS MÓVILES

La demora y el agotamiento de los plazos para formalizar la presentación de las candidaturas ante la Junta Electoral por la práctica totalidad de los partidos políticos traslucen serias dificultades para la confección de las mismas.
Todo da a entender que cada vez resulta más difícil ‘fichar’ a alguien, incorporar a personas que, con verdadera vocación política, desean participar activamente, además, en el primer escalón, es decir en el municipalista.
Empiezan a quedar lejos los tiempos -a principios de los noventa se quebró esa tendencia- en que la recluta era relativamente cómoda entre los afiliados de la propia organización y cuando la política local interesaba mucho más que en la actualidad. No digamos los primeros mandatos tras la restauración de la democracia, cuando un entusiasmo frenético se entremezclaba con las ganas de trabajar por el pueblo o por el barrio. Cierto que entonces primaba el voluntarismo: era lógico; no había gran cultura política y ésta comenzaba a fraguarse a base de concurrencias producidas por algún reclamo. En algunos casos, propiciaron la aparición de políticos que aprendieron al ritmo de los vertiginosos cambios que se iban operando en las corporaciones locales. Y algunos lo hicieron bien, francamente bien: se curtieron y progresaron; unos para especializarse y asumir altas responsabilidades, en tanto que otros para dar el salto a otras instituciones o a otras funciones.
La evolución de la política local -siempre respetando las diferencias entre las características de las ciudades- ha devenido en una exigencia mayor, es decir, ya no bastan el entusiasmo y conocimientos elementales del desempeño de quienes han de ejercer responsabilidades públicas. Se requiere ahora una capacitación técnica o profesional más completa. Siguen existiendo los líderes de barrios o de sectores, personas que se mueven con extraordinaria facilidad y tienen una cierta o gran ascendencia sobre el medio. Pero el desenvolvimiento en la actividad pública, los cauces legales y de todo tipo por los que la misma ha de discurrir, tienen ahora mismo otro significado. La vocación se evaporó.
Tal circunstancia que, teóricamente, debería favorecer un proceso de madurez social y política, sin embargo, no parece ser la única causa que va frenando la incorporación de personas a las listas electorales. El alejamiento -y en algunos caso, la aversión- se van produciendo por factores que tienen más que ver con el propio devenir de la política, con el deterioro que ha ido ganando esta noble actividad como consecuencia de una serie de factores que acentúan un rechazo que la misma clase política no ha acertado a ir despejando o mitigando.
Se juntan así la decepción, el desencanto y el desapego, caldo de cultivo del abstencionismo, hasta el punto de haberse convertido en un adversario común contra el que debían fijar algún tipo de estrategia para superarlo. Mucho es de temer que no figure entre las prioridades.
Y entonces se palpan las dificultades para convencer a personas, para invitar a éstas a sumarse a proyectos, para echar una mano a favor de los intereses generales o para colaborar con quienes han asumido las delicadas tareas de encabezar o dirigir alguna representación.
La política, así, interesa menos. O sólo interesa desde la perspectiva de una oportunidad para obtener unos ingresos estables, para lograr una ocupación más o menos bien retribuida. Para muchas personas que aún no han conocido un primer empleo, se convierte en la opción que no debe ser desperdiciada. Lo de menos es la ideología: se trata de ir con quien pueda anticipar el acceso a una dedicación ocupacional bien retribuida. Tal como están las cosas, con la recesión económica que, en algunos casos, se robustece, se trata de una oportunidad.
Y claro sin vocación ni ideología, con el materialismo y la necesidad como móviles principales, asistimos a una nueva fase de la participación política activa. Nada más lejos de frenarla con estas consideraciones que sólo pretenden plasmar, a grandes rasgos, la evolución y las diferencias que median entre aquel entusiasmo -y aquellas limitaciones- de principios de los ochenta y de la democracia municipalista y esta ola forzada de la segunda década del siglo XXI en que las ideas y los proyectos colectivos, empujados por las circunstancias, han ido dejando sitio a otros reclamos menos utópicos y menos vocacionales.

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