Con Francisco Carballo Rodríguez, Paco, que hoy recibirá
cristiana sepultura en el cementerio del Puerto de la Cruz, mantuvimos, desde
que jugáramos juntos en el Infantil Peñón, una relación amistosa y cordial, con
sus vaivenes pero sin desavanencias graves, registrados durante la etapa en que
ejercimos como concejales. Curiosamente, con el paso del tiempo la amistad se
acentuó hasta el punto de que fue votante de nuestra opción política en una de
las convocatorias en que fuimos candidatos a la alcaldía portuense.
De Paco recordamos también su paso por los desaparecidos
colegios San Agustín y Gran Poder de Dios. Desde su juventud era sensible con
el hecho deportivo y con la realidad social del municipio portuense. Después de
la Constitución de 1978, cuando los españoles acudieron a las urnas para asumir
responsabilidades democráticas en los ámbitos locales, quiso participar
activamente en los procesos. Y por eso fue candidato a la alcaldía, su primer
paso por el consistorio, en representación de Alianza Popular, Partido
Democrático Popular y Unión Liberal (AP-PDP-UL). Años más tarde, intentó sin
éxito una moción de censura en el Cabildo Insular de Tenerife, contra el
presidente de entonces, Adán Martín Menis. Carballo, acompañado de Arturo
Escuder, uno de los jerifaltes de entonces del partido conservador, produjo en
la víspera de aquel trance político una llamativa frase convertida en titular
de prensa:
-La moción en el Cabildo es justa y necesaria.
Pero lo suyo era lo local. Le podían el costumbrismo portuense,
las tradiciones marineras portuenses, la pesca practicada desde las pequeñas
embarcaciones que estaban varadas en el viejo refugio pesquero, del que era un
habitual visitante, hasta el punto de que frecuentaba los ambientes festivos y
marineros, en los que se integraba con ánimo participativo. Poco a poco se fue
alejando de la política pero jamás dejó de interesarse por los acontecimientos
locales y la evolución de las actuaciones que fueron configurando la historia
más reciente del municipio. Se vinculó a alguna hermandad religiosa en la
parroquia de La Peñita.
Fue un servidor público. Ingresó en el cuerpo de Correos y
Telégrafos de cuya oficina principal en la localidad portuense llegó a ser
director durante varios años. Siguió de cerca aquel crimen que ocurrió la noche
del Tenerife-Milan, perpetrado en dicha oficina, que costó la vida a un
repartidor del cuerpo y que nunca fue esclarecido.
Una cruel enfermedad
le arrebató la vida cuando ya estaba jubilado. Le recordaremos.
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