lunes, 29 de septiembre de 2025

Insultos encadenados (y ahora, riñas)

 

Leemos en un digital del domingo que Tomás Roncero y Cristóbal Soria, contertulios del programa televisivo ‘El Chiringuito’, llegaron a las manos después de unos minutos de tensión, provocaciones e insultos. Creíamos que esa situaciones eran parte del pasado, cuando en algún partido de rivalidad local, comarcal o insular, las diferencias de criterio se liquidaban a empujones o puñetazos. Se ve que no: todavía hay seres irracionales y mal educados que no reparan estar en un escenario televisivo, ante muchos miles de espectadores, para despejar sus respectivos desasosiegos.

El episodio no es más que la explosión en el espectro deportivo de la tensión y tirantez que se vive en la España de nuestros días, casi desde que la pandemia habitó entre nosotros y las diferencias políticas -por no saber los conservadores aceptar las democráticas y constitucionales reglas del juego- se han acentuado, también en los foros mediáticos, hasta hacer irrespirable -por no decir insoportable- el clima y la convivencia, el respeto y la tolerancia. ¡Qué lástima! Democracia en decadencia, fortaleciendo de paso el radicalismo, populismo y la intransigencia. Sobran tacos, insultos sistémicos, groserías--- Y ahora, también, riñas.

En nuestro país, ya se descalifica e insulta al presidente del Gobierno y a otros líderes políticos como si nada. Se ha convertido en moneda corriente mientras aumenta la circulación. No son expresiones cualesquiera, no crean. “¡Pedro Sánchez, hijo de puta”!, corean en cualquier rincón de cualquier manifestación o concentración. El problema es que se ha contagiado a los medios donde hay programas y tertulias no con sesgo sino claramente teñidos de de una determinada tendencia. Imágenes con sonido ambiente sobran. ¡Ah! la libertad editorial y en el sector privado que cada uno diga lo que quiera y cada palo aguante su vela, reza la cada vez más interesada argumentación. Pero ahí está la intensidad de la polarización.

Es probable que recuerden el caso de María Pastor, una candidata sevillana del partido de ultraderecha Vox al Senado. Se ha dirigido varias veces al presidente del Gobierno con una expresión de tres palabras conocida por todo el mundo, pero que el decoro aconseja pronunciar lo menos posible. En octubre del año pasad orespondía así a un tuit de Pedro Sánchez, de forma que este pudiera leerlo: “Hijo de puta, vas a liberar a terroristas [...]. Al final te ha votado Txapote, cabrón (sic)”. No es un comentario aislado. En diciembre, Pastor volvió a insultarlo, con la misma mención a su madre, otra vez acudiendo directamente a él. En enero defendió que en la cabalgata de Reyes de la capital andaluza se hubiera coreado ese insulto contra el jefe del Ejecutivo. “Pedro Sánchez, hijo de puta”, se reafirmaba. Pero María, mujer, un poco más de delicadeza. Porque se ve que educación no te falta. O no tienes, simplemente.

Claro que otras figuras de Vox de la ultraderecha rampante, con un perfil mucho más alto, insultan con frecuencia y sin ningún disimulo posterior. Y no hay consecuencias. “Hay una banda de hijos de puta en el poder que echa a los españoles y se trae a musulmanes”, escribió en ‘X’ el 2 de abril el eurodiputado Hermann Tertsch para comentar una información crítica con el Gobierno. A Tertsch alguno le ríe las gracias, si es que se puede aplicar este término a sus dichos. Dichos de europarlamentario. Ofrece con ello un ejemplo extremo de una creciente tendencia al insulto desde las tribunas o trincheras de Vox. Es una pauta que no se limita a llamar a Sánchez “traidor”, “corrupto”, “golpista”, “tirano”. Todo eso es ya rutinario, como la xenofobia o el desprecio a las víctimas del franquismo. Lo repasado en ese y otros artículos, verbales o en redes, indica que Vox se ha instalado un peldaño más arriba y recurre a un uso sistemático de la denigración, la ofensa malsonante, la grosería, la manipulación de nombres y adjetivos con efecto despreciativo, la presentación de los adversarios como enfermos o criminales.

Psicópata descerebrado”, llama Vox al jefe del Gobierno en sus redes. “Psicópata” es un adjetivo habitual referido al presidente. Lo usa el líder de Vox, Santiago Abascal, que afirma que Sánchez es un “sátrapa” que “se ríe como un psicópata” mientras “disfruta de cada pandemia, de cada DANA, de cada guerra”. Al presidente andaluz, Juan Manuel Moreno, Abascal lo llama “Juanma Moruno” por destinar ayudas a extranjeros. “Moruno” es por “moro”, término despectivo para los musulmanes que otra dirigente de Vox, Rocío de Meer, usa tal cual referido a un marroquí detenido en Almería.

Otro ejemplar, uno que ha pasado por todas las banderías o todos los partidos, PSOE incluido, el europarlamentario Juan Carlos Girauta, compara a la ministra María Jesús Montero, por su forma de hablar, con Chiquito de la calzada. A José Luis Rodríguez Zapatero lo llama “canalla”. Es otro insulto usual. Tertsch lo emplea contra Sánchez, el “canalla supremo”, al frente de sus “sicarios”. De haber estado en una “cárcel de Franco”, añade, Sánchez “habría engordado”. Hay mensajes prácticamente diarios en ese tono. Nunca son desautorizados ni rectificados. Total…

El periodista Ángel Munárriz, que ha trabajado en El Correo de Andalucía, Odiel Información, El Mundo de Andalucía y Público, guionista del documental televisivo sobre corrupción titulado ‘Malas compañías’, colaborador de la SER, Telecinco e Infolibre, afirma en un trabajo aparecido en este digital que “Vox no es en absoluto la única razón por la que la política española no es un salón versallesco”. Y detalla: Alvise Pérez llama “parásito” al ministro Óscar Puente y se permite preguntar a Alegría si su nombramiento como ministra se debe a su “vida sexual”. Varios grados por debajo, el alcalde de Badalona, Xavier García-Albiol, del PP, llamó “analfabeta” a la vicepresidenta María Jesús Montero. También meses atrás, un compañero suyo, diputado del PP en las Cortes valencianas, José Ramón González de Zárate, comparó a varias líderes del PSOE con diferentes tipos de perra. Isabel Díaz Ayuso jamás retiró un “hijo de puta” a Pedro Sánchez leído en sus labios en la tribuna de invitados del Congreso en 2023. Al contrario, le dio alas con su reconversión “me gusta la fruta”, jaleado en numerosas ocasiones en medio de las carcajadas del portavoz y contertulio Alfonso Serrano.

Pero por intensidad, continuidad y número de voces, Vox “juega en otra liga”, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pompeu Fabra, que investiga el impacto de las nuevas tecnologías sobre la democracia. “No es que en los demás partidos todos sean duques, pero Vox y toda la extrema derecha europea, y diría que mundial, coinciden en un plan para empujar el debate público en esa dirección”, añade Martí, que recuerda que ya en 2017, cuando montó ‘The Movement’ para coordinar a fuerzas extremistas del derechío, el teórico trumpista Steve Bannon defendía una estrategia de máxima beligerancia en el lenguaje.

Dentro de Vox, cita Munárriz, Tertsch es el más desenfrenado. De Patxi López dice que es conocido como “el hijo lelo de Lalo”. A Pablo Iglesias lo llama “imbécil”. Como europarlamentario que es, Tertsch tiene vocación internacional. Al presidente francés, Emmanuel Macron, lo pone de “majadero”. Los irrespetos no se limitan a los rivales políticos, también se dirigen contra periodistas y medios. ¿Algunos ejemplos? Ha hecho fortuna llamar a Silvia Intxaurrondo, de TVE, “Silvia Intxahurraco”. Girauta dice que la agencia EFE se llama así por “felatrices”, afirma que la audiencia de un programa de Cuatro tiene un “alto índice de gilipollas” y escribe que La Vanguardia es “una mierda de medio parasitario”. Tertsch llama “rata” a uno de los periodistas del rotativo catalán. David Broncano es un “bufón”, dice el parlamentario andaluz Ricardo López de Olea. Para Tertsch, el cómico con programa en TVE es “gentuza”.

La conclusión es clara. En palabras de Martí, de la Pompeu i Fabra, cree que atiborrar el debate de insultos y tacos está lejos de ser anecdótico, o meramente relevante en el plano formal. Al “deteriorar la esfera pública”, esta conducta forma parte de la “tormenta perfecta” que atraviesan hoy las democracias, afirma. “Hay una parte de la población, sobre todo joven, que se informa por redes y acaba creyendo que la política es algo en lo que está permitida la falta de respeto y no cabe el debate veraz y argumentado”, afirma el investigador, que sostiene que ello redunda en una “futbolización de las adhesiones partidistas” (veáse el caso con el que arranca esta entrada).   La solución, insiste, no es “prohibir”, respuesta que agudiza el “victimismo” de la extrema derecha, sino criticar con argumentos y dar alternativas.


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