Las mujeres tienen el derecho a estar o sentirse seguras. Claro que sí. Pero ahora, tras los últimos acontecimientos, suman otro: el derecho a conocer la verdad, en este caso la verdad de los dispositivos o pulseras de seguridad, también denominadas antimaltrato. Los fallos detectados en su funcionamiento telemático han sembrado la incertidumbre y han llenado de inseguridad a sus portadoras, teórica y prácticamente víctimas de violencia machista, a quienes se alertaba y vigilaba sobre la ubicación de los agresores y sobre el cumplimiento de las órdenes de alejamiento.
La Fiscalía, en su última memoria, ya avisó al advertir un fallo en el volcado de datos del sistema Cometa lo cual significó una «potencial desprotección de las víctimas» y «una gran cantidad de sobreseimientos provisionales o absoluciones de agresores». Bien es verdad que la propia Fiscalía, con posterioridad, emitió un comunicado explicando que «las víctimas estuvieron protegidas en todo momento».
Para el Partido Popular (PP), era otra golosina. Por eso se lanzó a degüello y desviar sus diatribas: Gaza es harina de otro flanco. No sabemos hasta qué punto les interesan los problemas de las mujeres o los están utilizando como munición para el gobierno, pero la información es real. Desde las filas socialistas y desde el Gobierno, la reacción se produjo con cierta tardanza y tibieza. De acuerdo en que se trataba de no alarmar más allá de la trascendencia noticiosa y que enredarse con el pasado, aquel de la Ley Trans o la del “Solo sí es sí”, más apegadas a sus anteriores socios de gobierno que no desperdician oportunidad para elevar el diapasón crítico, el pasado, decíamos, solo contribuye a generar mayor controversia.
Pero el caso es que el Ministerio de Igualdad recibió avisos del mal funcionamiento de las llamadas pulseras antimaltrato entre diciembre de 2024 y mayo de este mismo año. Fueron los técnicos de Cometa, el sistema de seguimiento de esos dispositivos, quienes hicieron sonar el timbre de alarma. En el Ministerio lo escucharon, pero no hicieron nada al respecto, y no está claro que los problemas se hayan resuelto para tranquilidad general. Parece ser que datos y claves no se perdieron pero estuvieron en la nube un tiempo, esto es, la interfaz entre los servidores y los usuarios, que permite la transmisión de datos de forma segura y eficiente. Las redes de última generación garantizan conexiones rápidas y estables, lo que permite acceder a datos y servicios de forma instantánea.
Pero el drama prosigue: desde que ha salido a la luz, las víctimas de violencia no se sienten seguras, porque además no reciben explicaciones claras no solo de lo que ocurrió, sino tampoco de cómo está ahora la situación, de cuántos maltratadores tuvieron sobreseimiento en sus juicios al no tener datos de sus movimientos cuando usaban unas pulseras que han resultado ser inservibles y de si lo sucedido puede repetirse. La peor de la imagen: solucionar los problemas -y éste es grave- que atañen a las mujeres se convierte solo un comodín al que agarrarse cuando se quiere evitar, por ejemplo, que salgan a la luz otros temas.
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