Todo comenzó con aquel insólito asalto al Capitolio, en otro sitio un golpe de Estado. A partir de ahí, un año de fenómenos extremos y pandemias incesantes al que hoy ponemos punto final. 2021 ya es historia. Triste, desigual, convulsa, alterada, distópica, casi da igual lo que hagas… Pero la vida sigue y ojalá que podamos seguir contándola.
Pero puestos a emborronar la hoja final del almanaque, exprimiendo la memoria y las remembranzas, se amontonan desordenadas. Fue el año de los ERTE, del tíovivo imparable e incontrolable de las tarifas eléctricas hasta batir todos los récords habidos y por haber, de la subida del Salario Mínimo Interprofesional, de la reforma de la reforma laboral, de las Naciones Unidas (pero menos) ante el cambio climático para que la amenaza del calentamiento global continúe, de los refugiados y de los migrantes…
Pronto lo bautizaron con nombre de mujer (Filomena), antes de que la sonda ‘Perseverance’ se posara sobre Marte y las derechas (PP+Cs) se entretuvieran con una ruptura de nada en tanto abril, vacunas mil (un decir), y ocho mil migrantes entraban a nado en Ceuta.
Los indultados del ‘procés’ salieron en libertad y el talibán entraba en Kabul ante el asombroso pasotismo del yanki. Con un año de demora, la gloria olímpica pareció menos gloria ante aquellos recintos vacíos y horros de pasión deportiva. Entraba en vigor la Ley Orgánica para regular la eutanasia mientras aumentaban las agresiones homófobas y los asesinatos fortalecían la lacra criminal del machismo. Y en eso que no llegaba la renovación del Consejo General del Poder Judicial.
Fue 2021 el de la victoria de los socialdemócratas en Alemania donde Ángela Merkel era ovacionada en su despedida; y de los progresistas en Chile, con una ejemplar primera jornada desde que se conoció el resultado. Pablo Iglesias, como Merkel pero con sustantivas diferencias, decía adiós. Ayuso ganaba y gobernaba con holgura, a diferencia de Salvador Illa, que pudo con todos alineados en su contra pero sin tocar poder.
El año de la variante ómicron, que volvió a desnudar las negligencias de los canarios con cifras asustantes de contagio y muerte, una población que asistía, atónita y boquiabierta, al drama telúrico de La Palma, acaparador de focos mediáticos, y al suceso inefable de la muerte de las niñas Anna y Olivia Gimeno. Estaba siendo el año de la recuperación del principal sostén productivo pero se truncó. Volvieron las restricciones y numerosas previsiones saltaron hechas añicos.
La reconstrucción en aquella isla ha comenzado. Algo es algo. Que 2022 sea mejor.
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