Era valiente, combativo, arriesgaba, tenía desmarque, iba bien
de cabeza y remataba con los dos pies. No era especialmente dotado desde el
punto de vista técnico pero suplía las carencias con aquellas otras cualidades.
Le recordamos en el juvenil Arguijón, luego en los filiales del
Tenerife, hasta que accedió al primer equipo, con el que jugó en la temporada
del célebre ascenso a Segunda División en 1971, bajo la dirección de Javier
García Verdugo. Jugó tres temporadas en el Club Deportivo Tenerife, un total de
setenta y siete partidos y veinte goles. En agosto de 1974, fue traspasado al
Sevilla en una operación redondeada en doce millones de pesetas, un récord entonces
para el club hispalense. Ayudó a devolver al equipo a Primera división, se ganó
dos años como titular en esa categoría para cerrar su estancia andaluza (al
lado de Biri Biri y Héctor Scotta, entre otros, con setenta y ocho partidos y
once goles.
Hablamos de Antonio Cantudo, nacido en Santa Cruz de Tenerife
(agosto 4, 1951) y fallecido ayer, un jugador muy apreciado (solía acudir a los
campos con su padre y familia), perteneciente a una generación de canteranos
que destacó por pundonor y talento.
Jugó también, aprovechando que cumplía el servicio militar, en
el Talavera. Después de marcar catorce goles con el cuadro toledano, volvió a
la isla, donde lució sus cualidades junto a otros diez canarios: Del Castillo,
Esteban, Felipe, Molina, Lesmes, Pepito, Cabrera, Medina, y el uruguayo
Albetrto Bergara.
Ya en el verano de 1977, arribó al Deportivo de La Coruña, con
el que jugó sesenta y cinco partidos y anotó dieciséis goles. Estuvo a las
órdenes, otra vez, de García Verdugo y de José Iglesias, Joseíto, que también
haía dirigido a la escuadra albiazul. Le hizo un gol a su Tenerife del alma en
la única ocasión en la que pisó el Heliodoro Rodríguez López como jugador
visitante (4/2/1978). Cantudo cerró con un remate ajustado un 0-4 doloroso ante
un rival que acabaría cayendo a la Segunda División B.
De vuelta a la isla, tuvo una breve carrera como entrenador del
Esperanza y del Arona. La tarea, como reconoció, le sobrepasó. “¡Quién me lo
iba a decir, que yo estaba en Sevilla y le decía a todos mis compañeros que
podía dedicarme a cualquier cosa menos a ser entrenador. Yo los veía a todos
unos hijos de... ¡Es que es muy difícil! Los que juegan, vale, pero los que no
van ni en la lista de convocado; es que te quieren matar!”, afirmaba en una
conversación publicada en Abc.
En fin, un delantero vibrante, con olfato de gol, que se ganó el
respeto y la admiración de los aficionados y del socio albiazul. Narramos, en
Radio Popular de Tenerife, algunas de sus consecuciones. Le recordaremos.
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