El científico estadounidense Bernard Cohen afirmó en 1963 que “la prensa quizás en muchas ocasiones no consiga decir a la gente qué pensar, pero es asombrosamente exitosa en sugerir a sus lectores sobre qué pensar”. Aquel año estábamos lejos aún de conocer el poder o el alcance de lo que hoy se llama la sociedad de la información.
La evolución del conocido como ‘caso Mediador’ en nuestra comunidad y en el país está poniendo a prueba la paciencia y la capacidad de crítica de los consumidores de información, a estas alturas, y a la espera de pruebas concluyentes y de determinaciones judiciales –lo que procede es, precisamente, dejar hacer a la justicia-, más que desbordada.
Desde las primeras horas de su trascendencia pública, nos llamaba la atención el itinerario que se estaba siguiendo. Alguien, del que luego se conocen sus antecedentes penales, recorría platós televisivos y se explayaba ante micrófonos de todo pelaje –en una puesta en escena inaudita- para desgranar explicaciones sobre fotos publicadas, la prueba morbosa de los reproches que se ganan a pulso quienes aparecen en este tipo de escándalos. Si poco importaba la coherencia de las cuestiones de fondo, mucho menos, desde luego, la de las formas. El relato era difícilmente creíble; los escenarios contribuían a su limitada credibilidad.
Pero la espiral ha seguido creciendo y ahora mismo nos conduce a una pregunta: ¿cómo se tratan las noticias? Y las subsiguientes: ¿cómo influyen en la opinión pública, qué finalidades persiguen, hay intereses en juego, por muy ocultos que estén?
Reflexionemos sobre el particular: la cita de Cohen (los medios nos dicen sobre qué hay que pensar) podemos contextualizarla a partir de la aspiración mediática de construir un ideal de realidad. En el tratamiento de casos como el que nos ocupa, se ha podido contrastar que da igual lo que afirme esa fuente que ha nutrido espacios y tertulias. Una suerte de cuanto peor, mejor. Queriendo o sin querer, es legitimar el todo vale del dicho. La pretensión mediática se condensa en que las “informaciones” –y no queda más remedio que recurrir a las entrecomillas- se nos presentan como la “realidad” que, a su vez, es planteada con frecuencia como “única”, como reflejo de la vida cotidiana. Menos mal que el periodista e intelectual norteamericano, Walter Lippmann, nos precisa que “hay tantas realidades como personas habitan el mundo”. El poder de los medios trata de que asumamos un hecho: la realidad no está intencionalmente moldeada.
Si convenimos en que existe una diversidad conceptual sobre las cosas, debemos admitir que somos diferentes y percibimos de manera distinta el mundo que nos rodea. No hay que desviarse, por consiguiente, de que en esta sociedad es indispensable estar informado y actuar siempre con un pensamiento crítico que sustancie las decisiones sobre nuestra vida. Es la manera de hacer frente a los derivados de lo que hemos dicho sobre las imágenes o un conjunto de realidades supuestamente informativas, esto es, las intenciones de redactores, editores y personajes que pululan por escenarios, estudios y platós.
Los medios de comunicación interpretan un papel fundamental en la creación de la opinión pública. El periodismo y los medios marcan la forma cómo la gente entiende el mundo, cómo lo interpreta y cómo se posiciona tanto ante los grandes temas que afectan a la humanidad como en los debates de las políticas locales. Esta capacidad de generar opinión en la ciudadanía no sólo debe entenderse desde su influencia en la conformación de opinión en un sentido u otro sino también sobre los temas que se presentan como relevantes y que forman la agenda informativa, desempeñando así también un papel fundamental en determinar la importancia que ciertos temas pueden llegar a tener sobre otros. Por eso el periodismo puede contribuir a cambiar el mundo y lo puede hacer en una dirección u otra. Los y las periodistas son agentes de cambio, trabajando codo con codo con otros movimientos sociales, pueden conseguir un mundo más justo: suena a utopía pero ahí están. Este papel de los medios de comunicación, y del periodismo, además es indispensable en una sociedad democrática donde la ciudadanía tiene que estar informada para que efectivamente la democracia pueda ejercerse y desarrollarse. Por eso en nuestra democracia está reconocido el derecho que tiene la ciudadanía a la información, y este derecho a estar informado debemos entenderlo con independencia de los medios, o por encima incluso de ellos.
El periodista y licenciado en Criminología, Ricardo Fernández, especialista en tribunales, sucesos e investigación, ha escrito que hoy en día nuestra sociedad está influenciada por el constante bombardeo de información a través de diferentes medios. “Esto modifica –agrega- nuestro modo de vida, nuestras costumbres, el consumo de unos productos u otros, la opinión pública… La información que nos llega sobre los distintos sucesos sociales, políticos o económicos puede hacer que las personas cambiemos nuestra forma de pensar respecto a la realidad que nos rodea”.
Su conclusión, a tener en cuenta para contrastar algunos testimonios y el alcance de algunas filtraciones del tristemente célebre ‘caso Mediador’, tan dañino para la democracia, es que “para que una información sea veraz hay que dar ésta de forma objetiva, y por desgracia normalmente depende de los ojos con que se mire. En otras ocasiones, por intereses económicos o políticos se convierte puramente en manipulación. Este es un problema que debemos afrontar puesto que saber diferenciar la información de la manipulación es una tarea ardua para todos. Hace falta tener las ideas muy claras y contrastar información para saber la realidad de las cosas, pero la mayoría de las veces no lo hacemos, es más, nos tragamos todo lo que nos dicen dando por cierto lo que en muchas ocasiones no lo es, y poniendo incluso en duda la propia certeza de los hechos, sólo porque ha salido en los medios de comunicación”.
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