En las primeras horas de la mañana, la noticia es el fallecimiento del padre Antonio María Hernández, el famoso padre Antonio, el cura de Punta Brava y de Las Dehesas, el promotor de centros de acogida para personas mayores, Santa Rita I y Santa Rita II, el peculiar sacerdote que, puesto a buscar recursos, llegó a vender el cielo, en pedacitos, buscando aportaciones que le ayudaran a sufragar el coste y el mantenimiento de sus iniciativas. No pudo sobreponerse a la penosa enfermedad que le aquejó desde hace unos meses.
Un personaje singular que hizo misión en Colombia de donde recordaba, a menudo, su experiencia de boxeador. Es difícil digerir eso de impartir paz cristiana y a la vez intercambiar puñetazos. Pero en aquellos años y en aquellas selvas, sobrevivir debía tener esos costes merecedores de película surrealista.
Ancló en Punta Brava, cerca de donde había naufragado el 'Titlis'. Y allí se empeñó en impulsar el quehacer social del barrio. Fue nuestro primer contacto con él: en algunos festivales presentamos al grupo "Siemptre amigos", niños y jóvenes de ambos sexos que representaban, bailaban y cantaban.
Después se volcó con el templo. Comenzaron los pulsos con el Ayuntamiento, a cuenta de los terrenos colindantes. Su afán fue decisivo para erigirlo. Propició la fundación de hermandades, la confección de unas alfombras y hasta la salida de procesiones por el barrio en Semana Santa. Por supuesto, las fiestas de una Punta Brava estimulada por la cercanía de Loro Parque también estuvieron en su órbita.
Pero no se conformaba. Y preocupado por los mayores, edificó -con ayudas de instituciones y particulares, con rifas y loterías- un centro donde albergarles. Vinieron de todas las islas. Se sobresaturó, naturalmente. Pero él seguía, erre que erre, indesmayable, cumpliendo con sus deberes pastorales, visitando enfermos y repartiéndose en medios de comunicación.
Como no se conformaba, pensó en un segundo Santa Rita y se plantó en Las Dehesas. Compró fincas, firmó convenios, participó en innumerables reuniones, recabó ayudas, apeló "a todo Dios" (con perdón), involucró a políticos de toda condición, inauguró, hizo fiestas... ¡Cuánta actividad!
Pero no todo fue color de rosas, hay que reconocerlo. En más de una ocasión, discrepamos con sus métodos, sobre todo cuando se encaprichaba. Le hicimos ver la conveniencia de que delegara funciones y de que, pensando en el porvenir, aquella su obra, que tanto había crecido y que tenía una dimensión social considerable, debía tener una estructura de funcionamiento lo más sólida.
Quiso también luchar contra el alzheimer y contactó con investigadores y prestigiosos especialistas: un centro donde tratar la enfermedad y albergar a quienes la padecieran fue su último gran reto. Quedó inacabado.
Será recordado, seguro. En vida recibió sus honores y distinciones. Su obra, con claros y sombras, es respetable y en cierto modo, admirable. Descanse en paz.
jueves, 24 de marzo de 2011
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