Tenía Miguel Angel Carballo, por encima de todos, el don de la mesura. Y qué importante resulta para la labor que desempeñaba: la coordinación de las medidas inherentes a la protección civil. Era el jefe de esta unidad en la Delegación del Gobierno. Su inesperado fallecimiento, tras una rápida enfermedad, nos llenó de consternación.
Mesura para recibir la información y para manejar los protocolos. Para marcar las directrices y, en definitiva, para ejecutar. Aprendimos mucho de esa cualidad y de su aplicación en los casos de incendios, temporales marítimos, accidentes y fenómenos meteorológicos adversos. Carballo siempre tenía, además, la virtud de la antelación: partes e informes, previsiones y preparativos, siempre documentados, siempre por escrito para que cada quien supiera lo que había que hacer y la sorpresa, si la había, fuera menor o amortiguada.
La seriedad con la que ejecutaba su tarea era palpable en cada reunión, en cada dispositivo que preparaba minuciosamente. Con una obsesión: la seguridad en las comunicaciones, que hubiera siempre una alternativa en caso de interrupciones surgidas por cualquier causa.
Miguel Angel Carballo se convirtió en una suerte de oráculo, pese a que la materia que había escogido deja poco lugar a las interpretaciones. Recibía todo tipo de consultas y antes de emitir un juicio se aseguraba con la información precisa.
Su presencia en las juntas de seguridad preparatorias de las visitas de destacados personajes públicos que, por razones de seguridad, obligan a elaborar planes concretos de operatividad y seguimiento, era toda una señal de tranquilidad. Carballo sabía, conocía los entresijos. Su experiencia y su veteranía eran una expresión de garantía. Y sus opiniones eran siempre tenidas en cuenta.
A los pocos días de llegar con José Segura a la Delegación del Gobierno nos encontramos una noche con una situación realmente insólita: se detectaron fenómenos extraños en la cima de Tenerife, en las cercanías del Teide. La mesura de Carballo contribuyó decisivamente a que no se dispararan del todo las alarmas y pudimos administrar y transmitir con fluidez y sosiego las informaciones orientadas básicamente a calmar a la población.
En otra oportunidad, en un simulacro de accidente aéreo, para proporcionar el realismo adecuado y pulsar las reacciones iniciales, actuó con tal pragmatismo que sorprendió a todos con su tacto mientras otros nos predisponíamos a iniciar la búsqueda de información. Entonces pudimos palpar la importancia de los primeros minutos y de los primeros pasos en lo que podría considerarse una emergencia.
Miguel Angel Carballo fue para los suyos un excelente jefe, capaz de lidiar las siempre difíciles relaciones humanas con evidente sentido de mantener un espíritu de equipo indispensable para las mejores prestaciones de los servicios que correspondían a su departamento.
Sin pretensiones personalistas, sin alardear jamás de nada, sin voces altisonantes, Carballo fue el servidor público silencioso preocupado exclusivamente por el buen funcionamiento de los sistemas que confirieran a la protección civil la importancia que sí tiene reconocida en otros países.
“Es cuestión de tiempo y de cultura”, le dijimos a propósito en cierta ocasión.
“Pero hay que estar preparados”, replicó con la discreción que le caracterizaba. Con su inconfundible mesura.
Cuánta razón.
Descanse en paz.
Mesura para recibir la información y para manejar los protocolos. Para marcar las directrices y, en definitiva, para ejecutar. Aprendimos mucho de esa cualidad y de su aplicación en los casos de incendios, temporales marítimos, accidentes y fenómenos meteorológicos adversos. Carballo siempre tenía, además, la virtud de la antelación: partes e informes, previsiones y preparativos, siempre documentados, siempre por escrito para que cada quien supiera lo que había que hacer y la sorpresa, si la había, fuera menor o amortiguada.
La seriedad con la que ejecutaba su tarea era palpable en cada reunión, en cada dispositivo que preparaba minuciosamente. Con una obsesión: la seguridad en las comunicaciones, que hubiera siempre una alternativa en caso de interrupciones surgidas por cualquier causa.
Miguel Angel Carballo se convirtió en una suerte de oráculo, pese a que la materia que había escogido deja poco lugar a las interpretaciones. Recibía todo tipo de consultas y antes de emitir un juicio se aseguraba con la información precisa.
Su presencia en las juntas de seguridad preparatorias de las visitas de destacados personajes públicos que, por razones de seguridad, obligan a elaborar planes concretos de operatividad y seguimiento, era toda una señal de tranquilidad. Carballo sabía, conocía los entresijos. Su experiencia y su veteranía eran una expresión de garantía. Y sus opiniones eran siempre tenidas en cuenta.
A los pocos días de llegar con José Segura a la Delegación del Gobierno nos encontramos una noche con una situación realmente insólita: se detectaron fenómenos extraños en la cima de Tenerife, en las cercanías del Teide. La mesura de Carballo contribuyó decisivamente a que no se dispararan del todo las alarmas y pudimos administrar y transmitir con fluidez y sosiego las informaciones orientadas básicamente a calmar a la población.
En otra oportunidad, en un simulacro de accidente aéreo, para proporcionar el realismo adecuado y pulsar las reacciones iniciales, actuó con tal pragmatismo que sorprendió a todos con su tacto mientras otros nos predisponíamos a iniciar la búsqueda de información. Entonces pudimos palpar la importancia de los primeros minutos y de los primeros pasos en lo que podría considerarse una emergencia.
Miguel Angel Carballo fue para los suyos un excelente jefe, capaz de lidiar las siempre difíciles relaciones humanas con evidente sentido de mantener un espíritu de equipo indispensable para las mejores prestaciones de los servicios que correspondían a su departamento.
Sin pretensiones personalistas, sin alardear jamás de nada, sin voces altisonantes, Carballo fue el servidor público silencioso preocupado exclusivamente por el buen funcionamiento de los sistemas que confirieran a la protección civil la importancia que sí tiene reconocida en otros países.
“Es cuestión de tiempo y de cultura”, le dijimos a propósito en cierta ocasión.
“Pero hay que estar preparados”, replicó con la discreción que le caracterizaba. Con su inconfundible mesura.
Cuánta razón.
Descanse en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario