Le han definido en una red social como “el niño grande del Puerto”. Julio, Julio González García, ¡en una red social! Un adiós a la altura de su ingenuidad, de su bondad retratada en aquel rostro que delataba algo más que un síndrome de Down. Porque revelaba frescura, una curiosa predisposición a ser bueno con todo el mundo. Y porque expresaba, a su manera, una atención en cuanto le rodeaba que a la vez entrañaba un sentido de la intuición fuera de lo común.
Sólo así podía explicarse que fuera de los primeros, si no el primero, cada vez que había un fallecimiento y él aparecía en el cuarto mortuorio o en el domicilio. ¿Cómo se enteraba?
Julio ya no está entre nosotros, en nuestras calles y en nuestras plazas donde su aspecto bonachón y su saludo alegraban la convivencia cotidiana. Ya no recibiremos su espontáneo y efusivo abrazo, su gesto de cariño reposando suavemente la cabeza sobre el pecho. Ya no mostrará sus monedas coleccionadas para un helado o una golosina que degustaba celosamente en un banco, en una esquina, sin querer ser molestado. Ya no enseñará las fotos de cualquier folleto que él quería mostrar como si de un gran descubrimiento se tratara. Ya no estará pendiente de su hermana, permanentemente preocupada, al límite, siempre atenta para rescatarle y hacer que siguiera siendo él mismo.
Julio, ese niño grande al que los portuenses respetaron y amaron con todas las circunstancias, ha apagado su sonrisa angelical. Éramos muchos quienes la echamos de menos últimamente. Seremos muchos quienes le evocaremos: nadie le irrespetó y nadie abusó de su condición.
En realidad, fue él, con su modo de de ser y su comportamiento, quien se ganó el afecto de todos.
Otro abrazo, ‘ñiño’.
Sólo así podía explicarse que fuera de los primeros, si no el primero, cada vez que había un fallecimiento y él aparecía en el cuarto mortuorio o en el domicilio. ¿Cómo se enteraba?
Julio ya no está entre nosotros, en nuestras calles y en nuestras plazas donde su aspecto bonachón y su saludo alegraban la convivencia cotidiana. Ya no recibiremos su espontáneo y efusivo abrazo, su gesto de cariño reposando suavemente la cabeza sobre el pecho. Ya no mostrará sus monedas coleccionadas para un helado o una golosina que degustaba celosamente en un banco, en una esquina, sin querer ser molestado. Ya no enseñará las fotos de cualquier folleto que él quería mostrar como si de un gran descubrimiento se tratara. Ya no estará pendiente de su hermana, permanentemente preocupada, al límite, siempre atenta para rescatarle y hacer que siguiera siendo él mismo.
Julio, ese niño grande al que los portuenses respetaron y amaron con todas las circunstancias, ha apagado su sonrisa angelical. Éramos muchos quienes la echamos de menos últimamente. Seremos muchos quienes le evocaremos: nadie le irrespetó y nadie abusó de su condición.
En realidad, fue él, con su modo de de ser y su comportamiento, quien se ganó el afecto de todos.
Otro abrazo, ‘ñiño’.
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