Haría bien el socialismo canario en no confundir los planos por anticipación, esto es, adelantar ahora posiciones y expectativas regionales e insulares aprovechando el 38 Congreso Federal que es el paso inmediato, lo que verdaderamente importa, después de los reveses electorales del pasado año, para recuperar espacios políticos y para robustecer el carácter de alternativa de gobierno que mucho necesita este país después del enorme desequilibrio de poder político que los ciudadanos ante las urnas han determinado.
Si tales afanes y tacticismos obedecieran a un proyecto político sólido y bien fraguado, todavía se entenderían y tendrían su razón de ser, siquiera en clave orgánica.
Pero mucho cabe temer que el proyecto es una carencia y que dentro de ésta se va desde los escarceos y los amagos hasta los castigos y los frenos, a veces hasta de convergencias militantes inimaginables por un quítame allá aspiraciones truncadas, cada quien con sus razones y sinrazones.
A tenor de cómo discurren las cosas, instalados algunos dirigentes en una contagiosa cultura real de ambiciones y personalismos preñados de revanchismo, en un proceso de destrucción recíproca, con muy escasa voluntad de integrar y menos de ser generosos, a ver si entienden que se trata ahora de evitar una guerra fratricida.
Es legítimo interpretar la renovación del proyecto socialista. Ya hablamos del trance, recién estrenado el año: producir un cambio inteligente.
Y eso requiere un nuevo modelo de partido que esté a la altura de una ciudadanía informada y cada vez más desencantada con la política. Una ciudadanía que se indigna y que, a diferencia de otros tiempos, tiene cauces para expresar las razones de su desapego.
Son tantas las respuestas que hay que dar, a la defensa del Estado del Bienestar, por ejemplo; a la creación de empleo; a la mejora eficiente de los servicios públicos; a la búsqueda de un modelo productivo basado en el conocimiento; a la fiscalidad progresiva; a los incentivos para el crecimiento económico; a la igualdad que corre riesgos de verse amenazada…, son tantas las tareas que hay que realizar en la oposición, que entretenerse en batallitas asamblearias e instrumentalizar a conveniencia sus resultados para hacer valer supuestas fortalezas (en todo caso, numéricas) no es más que un mero y engañoso ejercicio de autocomplacencia que dificultará, en todos los casos, la necesidad de revitalizar la organización y proyectarla al exterior conforme exigen las circunstancias del momento y del futuro inmediato. Eso es lo que se dilucida ahora.
Haría bien el socialismo canario en tratar cada cosa a su tiempo, desterrando resentimientos y cainismos, teniendo en cuenta la confianza que siguen depositando miles de ciudadanos y las responsabilidades institucionales contraídas, absolutamente básicas, por cierto, para cualquier proyecto futuro.
Más transar y más dialogar. Sacudirse los vicios, ya circulares, y que afloren las ideas.
Lo contrario sería conducirse a un debilitamiento peligroso que sólo impedirá cualquier objetivo que se trace, por fácil que aparente.
Si tales afanes y tacticismos obedecieran a un proyecto político sólido y bien fraguado, todavía se entenderían y tendrían su razón de ser, siquiera en clave orgánica.
Pero mucho cabe temer que el proyecto es una carencia y que dentro de ésta se va desde los escarceos y los amagos hasta los castigos y los frenos, a veces hasta de convergencias militantes inimaginables por un quítame allá aspiraciones truncadas, cada quien con sus razones y sinrazones.
A tenor de cómo discurren las cosas, instalados algunos dirigentes en una contagiosa cultura real de ambiciones y personalismos preñados de revanchismo, en un proceso de destrucción recíproca, con muy escasa voluntad de integrar y menos de ser generosos, a ver si entienden que se trata ahora de evitar una guerra fratricida.
Es legítimo interpretar la renovación del proyecto socialista. Ya hablamos del trance, recién estrenado el año: producir un cambio inteligente.
Y eso requiere un nuevo modelo de partido que esté a la altura de una ciudadanía informada y cada vez más desencantada con la política. Una ciudadanía que se indigna y que, a diferencia de otros tiempos, tiene cauces para expresar las razones de su desapego.
Son tantas las respuestas que hay que dar, a la defensa del Estado del Bienestar, por ejemplo; a la creación de empleo; a la mejora eficiente de los servicios públicos; a la búsqueda de un modelo productivo basado en el conocimiento; a la fiscalidad progresiva; a los incentivos para el crecimiento económico; a la igualdad que corre riesgos de verse amenazada…, son tantas las tareas que hay que realizar en la oposición, que entretenerse en batallitas asamblearias e instrumentalizar a conveniencia sus resultados para hacer valer supuestas fortalezas (en todo caso, numéricas) no es más que un mero y engañoso ejercicio de autocomplacencia que dificultará, en todos los casos, la necesidad de revitalizar la organización y proyectarla al exterior conforme exigen las circunstancias del momento y del futuro inmediato. Eso es lo que se dilucida ahora.
Haría bien el socialismo canario en tratar cada cosa a su tiempo, desterrando resentimientos y cainismos, teniendo en cuenta la confianza que siguen depositando miles de ciudadanos y las responsabilidades institucionales contraídas, absolutamente básicas, por cierto, para cualquier proyecto futuro.
Más transar y más dialogar. Sacudirse los vicios, ya circulares, y que afloren las ideas.
Lo contrario sería conducirse a un debilitamiento peligroso que sólo impedirá cualquier objetivo que se trace, por fácil que aparente.
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